Cuando soñábamos despiertos (o elegía al cerebro sin celular)

No veo peligro en haber cambiado nuestras horas de lecturas largas y profundas por la brevedad fragmentaria y sin contexto de textos, imágenes, o videos provenientes de nuestros celulares.

La humanidad ha vivido sin consumir libros, revistas, o artículos de fondo por mucho tiempo.

Radical y tirano, el celular nos ha arrebatado de las manos los minutos dedicados a la práctica vital de soñar despiertos.

El dejar de soñar despierto es la mayor amenaza que el ser humano puede afrontar en su adaptación a la era digital.

Soñar despierto es lo que nuestro cerebro hace cuando no tiene nada que hacer, es la actividad mental calmada y silenciosa cuando no hay nada que activar, es movimiento sin dirección, es divagación sin tareas, es pensamiento sin problemas que resolver.

Es quietud en alerta, es calma activa, inquietud pasiva, atención sin enfoque.

El teatro de los sueños—dormido o despierto—está hecho de visiones, revisiones, y previsiones escénicas del pasado o del futuro, con historias y personajes fragmentarios o incompletos actuando en un ensayo perpetuo.

Basamos nuestra identidad por lo que hacemos: soy padre cuando hago de padre, soy escritor porque escribo, soy psicoterapeuta porque doy psicoterapia… ¿Qué soy cuando sueño despierto? ¿Qué soy cuando no hago nada? Solo soy.

Todos esos momentos de soñar despiertos—en el café mientras llegan los amigos, en la sala de espera del doctor, durante el viaje de regreso a casa, entre turnos del trabajo—, los hemos sustituido por cualquiera de las actividades posibles que el celular nos brinda: todo menos soñar despiertos, hacer nada, ser.

Seremos la generación que dejó de soñar despierta, que dejó de ser.

El insomnio digital es el asesino de los sueños en vigilia.