Adicción a la lectura: de la inhalación a la intravenosa

La droga es la lectura (¡ah, cómo disfruto leer!). La vía habían sido los periódicos, revistas, libros. Los objetos físicos, quiero decir. Los de papel.

Pero luego vino la computadora u ordenador, y con él una nueva vía de lectura. Al principio sin mucho que ofrecer, pero con el tiempo recuerdo la llegada de enciclopedias en CD que me entretenían mucho.

Y luego, ya lo saben, llegó Internet, y esa computadora de escritorio se llenó de diferentes materiales de lectura. Entre los mejores momentos de entonces fue lo que llamo la época de oro de los blogs, leyendo a personas comunes de diferentes partes del mundo sobre todo tipo de temas y en muy diferentes estilos.

Internet creció pero la interfaz de acceso se fue haciendo pequeña. Teléfono celular, tableta. Y por supuesto, las diferentes aplicaciones y herramientas para leer más fácil y mejor todo ese contenido.

Paralelo a eso, los lectores de libros electrónicos. Y digo paralelo porque soy de esos que tienen separado la tableta para navegar, escribir, usar algunas apps, de un lector con pantalla de tinta electrónica, ligero, y solo para leer. Se que los amantes de la música suelen tener por separado el reproductor de la tableta. En mi caso, más que la música, es la lectura lo que merece su propio lugar.

Y en el lector electrónico también leo artículos y demás textos que encuentro en internet, ya sea desde la computadora, el teléfono o la tableta. Todo lo que amerita una lectura más tranquila y con mejores ojos, los mando allá, para leer en el café o en la cama con la calma requerida.

En resumidas cuentas, he pasado de simplemente fumarme un cigarrillo de lecturas a inyectarme vía intravenosa la sustancia activa de las palabras.

Nunca en mi vida he leído tanto y tan variado como ahora. Y he descubierto algo. Nunca en mi vida adulta había dejado de escribir tanto. Lectura y escritura van tan de la mano que por algo tantos escritores se consideran a sí mismos simples lectores que escriben de lo que leen.

Pero últimamente, cada que mi cerebro entra en ese estado de lectoescritura, su atención se decanta por la lectura y posterga la escritura. ¡Hay tanto que leer y tan bueno!

Nunca pensé que algún día iba a pensar en proponerme leer menos. Pero tal vez, como el ejercicio y el deporte ayudan al adicto a las drogas, escribir sea el remedio a tantas dosis de lectura.

Divago, solo divago.

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