Consciencia e Inteligencia

Dolor

Contrario a lo que suele pensarse, la consciencia tiene muy poco que ver con la inteligencia o la razón y, en cambio, tiene mucho más que ver con el cuerpo, la respiración, las emociones…

Pensar, razonar, divagar, por más lógico o racional que parezca, por más que resolvamos una ecuación matemática al hacerlo, está lejos de la consciencia.

Es el dolor el que despierta la consciencia, es en el sufrimiento donde la consciencia emerge.

(Deja de respirar hasta sentir que te ahogas y veras surgir la consciencia en pleno.)

En otras palabras, la consciencia no tiene tanto que ver con percatarse o experimentar lo que pensamos, sino con percatarse, experimentar nuestro cuerpo, el que respiramos, el que sufrimos, nuestro dolor.

Y esa experiencia del sufrimiento o dolor está lejos de ser masoquista o pesimista. Es el dolor natural, el que vivimos todos los días en muy diferentes momentos cotidianos. Cuando tenemos sed, hambre, incomodidad, cansados, llenos de energía, todo lo relacionado con el cuerpo.

Homeóstasis

Nuestro organismo busca continua estabilidad por ello lo regula a un estado de equilibrio llamado homeóstasis. Es decir, nuestro cuerpo está diseñado para detectar cambios que afecten interna o externamente a nuestro organismo: cambios de temperatura, cambios en el balance de los líquidos, azúcares, sales y minerales, acidez, etc.

La homeóstasis, a pesar de su etimología, no es estática sino dinámica. Parte del principio que siempre hay cambios. Lo que el organismo busca es mantener el equilibrio dentro de ciertos grados aceptables.

Es por ello que desde nuestra genética misma estamos diseñados para detectar los cambios que afectan, que nos hacen sentir, que nos incomodan, disgustan.

Pero si esos cambios son menores, el cuerpo se encarga de resolverlos. Es por eso que sentimos un poco de frío al salir a la calle y se nos pasa muy rápido: el cuerpo lo regula inmediatamente.

Solo si las molestias persisten, la consciencia hace acto de presencia: se requiere algo más para solucionar el problema.

Emociones

Las emociones juegan aquí un papel esencial, es cierto. Pero a veces las emociones se nos pasan de largo. Surgen pero no nos damos cuenta inmediatamente de su presencia.

Recordemos las emociones básicas, según Paul Ekman: alegría, tristeza, miedo, desagrado, sorpresa, enojo. Sí las mismas de Inside out o Intensamente, la película.

Y también ubiquemos algo que a veces pasamos de largo. Las sensaciones están hechas de información que recibimos de nuestros sentidos, ya sea del exterior o internamente.

Las emociones es información que emitimos. Una emoción es una señal desde dentro de nosotros mismos hacia afuera, hacia otros o hacia nosotros.

Por eso las emociones son expresivas por naturaleza, pueden ser leídas por otras personas.

Muchas veces nos percatamos de las emociones una vez que las sentimos en el cuerpo. Esas mariposas en el estómago, ese malestar estomacal, dolor en el higado, en fin, hasta que las sentimos físicamente es que entonces tomamos consciencia de ellas.

Interocepción

La consciencia surge entonces de la capacidad de nuestra función interoceptiva o de sentir el estado interno del cuerpo. El cerebro se encarga de integrar las señales que recibe del mismo cuerpo, manteniendo un cierto sentido del estado en que se encuentra en cada momento: nuestro corazón, respiración, estómago, intestinos, vejiga, etc.

En otras palabras, somos conscientes en tanto nos percatamos de nuestras ganas de orinar o de notar que nuestro corazón se agitó después de caminar varias calles.

Lo que sentimos es igual o más importante que lo que pensamos.

Evolutivamente, primero fueron las sensaciones y emociones y luego la consciencia. Por encima de ello, la razón o inteligencia.

La razón

Los Occidentales (gracias, Aristótoles, gracias, Descartes), hemos puesto por encima de todo, como jerarquía política, a la razón e inteligencia. La consciencia la hemos considerado una hija natural del ser racionales e inteligentes.

Pero la consciencia nace de poder sentir, nace del cuerpo antes que del cerebro.

Por lo tanto, son las sensaciones y emociones las que dirigen la consciencia y no al revés.

El que las sensaciones y emociones no usen palabras o tengan una estructura muy lógica, las ha hecho ser definidas como todo aquello que no es racional, inteligente o consciente.

Es decir, se les ha designado como nuestro lado irracional, inconsciente (gracias, Freud).

Es curioso e interesante como gran parte de nuestra psicología moderna ha partido de esta premisa falsa: cada problema o trastorno psicológico se debe a nuestra falta de consciencia de nuestro inconsciente.

Se va a una sesión psicoanalítica a hablar, a intentar sacar el inconsciente a la luz de la consciencia, a convertir en palabras lo inombrable.

Creemos que nuestro actos erróneos, conductas dañinas, traumas, son producto de errores, daños o heridas en nuestro inconsciente. Una vez que los hacemos conscientes, entonces es posible sanar.

Pero todo esto presupone nuevamente que la consciencia es la que precede al resto de lo que somos, y que además, es superior al resto de lo que somos.

Las sensaciones y emociones están presentes en casi toda forma de vida, preceden biológicamente a la consciencia, ya no digamos a la inteligencia.

La experiencia

Entonces, la experiencia de nuestras sensaciones y emociones es la que hace surgir la consciencia, y por lo tanto, lo que constituye nuestro yo.

Siendo una experiencia completa y absolutamente nacida de sensaciones corporales, es por lo tanto una experiencia radicada en el presente, el aquí y ahora.

Dicho en otras palabras, el dolor no se experimenta en el pasado o el futuro, el dolor solo se puede experimentar en el presente.

(Tal vez podríamos ir más lejos diciendo que en realidad ni siquiera es una experiencia en el presente sino sin tiempo: el tiempo es una concepción de la inteligencia.)

No se experimenta el pensar. No hay una experiencia al pensar.

Nadie dice: viví una gran experiencia pensando en X. Nadie habla de la experiencia de razonar.

La experiencia compromete los sentidos, la atención, el sistema psicomotriz, el mapa o plano corporal en mi cerebro, en fin, el sistema operativo de mi ser.

De esa primera percatación, darse cuenta, surge una primera construcción del yo, de sus límites, distancias, orientaciones, y de ahí a su vez, surge la consciencia.

Es muy simple: las ideas, juicios y raciocinios propios de la inteligencia, de ninguna manera me hacen experimentar y delimitar mi propio yo. Por eso es difícil determinar si una idea es mía o de alguien más, en donde terminan las ideas de los demás y empiezan las mías.

Descartes dijo, “pienso, luego existo”. ¿En serio? ¿Cómo puedo saber que lo que pienso es mi pensamiento? Si pienso en la teoría de la relatividad de Einstein, ese pensamiento es mío o de Einstein? ¿Cómo puede nacer la consciencia de una idea que ni siquiera puedo distinguir como mía?

En cambio, el dolor lo reconozco inmediatamente como mío, dentro de lo que soy, de mi territorio, mis límites.

En los recién nacidos es claro este proceso de nacimiento de la consciencia. La consciencia va naciendo de la experiencia.

Un bebé tiene consciencia sin necesidad de haber desarrollado la razón o inteligencia. Su experiencia nace del impulso natural del ser humano (sí, desde bebés) a atreverse a perder la homeóstasis con tal de poder explorar un lugar nuevo, tomar ese juguete nunca antes visto, tocar esa sustancia que se ve extraña, todo para sentir, vivir la experiencia, de algo totalmente diferente y nuevo hasta ese momento.

Esto es, atreverse a sentir malestar, dolor, sufrir un poco, aventurarse a vivir, y experimentar el mundo.

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