Camille Claudel o Las Formas del Deseo

Es ya de noche. Es el año de 1876. El Deseo, creador de todas las cosas, invade lentamente la habitación de una niña dormida, de catorce años apenas, llamada Camille Claudel. Penetra intempestivamente entre sus cobijas y recorre centímetro a centímetro la piel de su cuerpo. Explora cada uno de sus planos, ángulos y profundidades. Rastrea con su tacto cada uno de sus pliegues. Descubre volúmenes incipientes y curvas que apenas se forman. La invade toda.

Camille despierta y siente el Deseo. Se mira a sí misma mujer y no niña. No entiende aún de qué esta hecha la materia informe que la ha asaltado durante la noche. La intuye solamente. No sabe si escapar de ella o dejarse alcanzar. Sabe, si acaso, que tendrá que buscar darle forma en algún otro pedazo de arcilla o mármol. Sospecha, también, que el Deseo es una experiencia que no se olvida. Un extraño que a veces nos persigue y otras le perseguimos.

El Deseo ha encontrado a Camille Claudel. Camille Claudel le ha dado forma al deseo. Es tarde: el Deseo no dejará de perseguirle y ella no dejará de darle forma.

En Rodin, es prioritario capturar el “instante decisivo” (valga la expresión fotográfica) y plasmarlo en lo geométrico. En Camille ese instante esta dado en la expresividad y las emociones de los personajes que su arte crea y recrea. La imagen del joven rey hindú que aparece hincado pidiendo perdón frente a la madre de su hijo, no constituye un momento o instante esencial en el drama de Kalidasa. Es la escena culminante de un drama lleno de pasión y dolor. Camille Claudel lo entiende, y a su vez lo escenifica en la imagen tridimensional. El discípulo se aleja del maestro.

En 1895, Camille Claudel termina El Vals. Una escultura en bronce de la que logra arrancar un dinamismo sorprendente. La pareja de bailarines que la constituyen apenas se sostienen. Casi salen del espacio virtual de la escultura rompiendo sus ataduras con la roca para alejarse a danzar libremente por el salón imaginario. La tensión aumenta por el modo en que en un juego de ilusión perfecto los rostros de ambos amantes se entre tocan.

Pero el Deseo no conoce de lenguajes. Es Camille la que logra dar con ellos. Por momentos cree que controla ese Deseo que ocupa su cuerpo y es la causa de sus desvelos. Pulsión exigente en el pecho que busca hacerle el amor a sus imágenes.

Poco antes de hacer manifiesto el hecho de ser perseguida y de que los doctores la internaran en un “hospital para enfermos mentales“, Sakountala reaparece, pero esta vez sin ese nombre. Muchas cosas han cambiado. Ha roto con Rodin en lo sentimental, artístico y académico. Su Sakountala también ha roto con la creencia en la fidelidad conyugal y la abnegación. Ahora recibe otro nombre: EL Abandono.

Aunque el amante regrese y le pida perdón nada podrá liberarla de la certeza inexorable de saber que el Deseo nunca se acaba de consumar, que nos alejamos de nuestro primer encuentro con él sólo para que nos persiga una y otra vez. Sakountala, virgen y mártir, no lo sabía. El Abandono de Camille sí lo sabe: estamos ante una de sus piezas más significativas y simbólicas. La prueba irrefutable de que la escultura de Claudel nos revela la fragilidad de la vida humana. Fragilidad plasmada en roca sólida, en bronce inquebrantable. Deseo y fragilidad que ni el mismo Rodin pudo plasmar en su obra.

Auguste Rodin dijo de ella: “Yo le mostré donde encontrar oro, pero el oro que ella encuentre le pertenece”. Y Camille Claudel lo encontró… al lado del Deseo.

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