Noche cero (fragmento de una novela que no fue) II

Recuerdo el día que empezó nuestro ocaso. Pasé por tí a tu casa, en ese invierno largo. El día más frío del año, nos enteramos un día después por la radio. Te veías triste o con frío. No lo supe descifrar en ese momento. El destino es difícil de ver tan claramente cuando está uno tan tapado.

Fue ya en el motel que me lo dijiste. Los dos sabíamos que llegaría el momento de tener que tomar decisiones. Que la muerte es el fin último de todos los amantes. No, no la separación, sino la muerte, la muerte misma. Sabíamos que lo que vivíamos era de una especie diferente. Que no podíamos ser algo clasificable o etiquetable. Que el día que quisiéramos formalizarlo se terminaría para siempre. Que, por lo tanto, terminaría, como todo lo bueno en la vida.

Aunque ninguno de los dos quisiera.

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Especial: Meditación Guiada para el Estrés

(Disponible también desde iTunes aquí.)
Esta es una Meditación Guiada para el Estrés diseñada para ayudarte y darte una buena idea de cómo funciona la Meditación Psicoterapéutica.

Estoy seguro que tendrás algún beneficio con ella, y es más, quizás es todo lo que en este momento necesitas. Excelente. Pero recuerda que el uso de la meditación en el ámbito psicoterapéutico se basa en la posibilidad de hacer un diseño a la medida de cada quién, de cada tema o problema específico, y para un momento concreto. Es por ello que si sientes que te hace falta más también está bien. Puedes escuchar este material las veces que quieras o contactarnos para acercarte a las sesiones individuales. Tal como dice el texto respectivo, si persisten las molestias consulta al psicoterapeuta. Ya sabes donde encontrarnos.

Por otra parte, siéntete en libertad de compartir esta meditación guiada a quien lo necesite. Y recuerda que siempre habrá más en este sitio web.

Otro punto muy importante, cuando escuches este audio es recomendable hacerlo en un lugar cómodo y con el mínimo de distracciones, tal vez con audífonos. Dáte tu tiempo y espacio. Evítalo mientras manejas tu automóvil, herramienta pesada o peligrosa ya que tiene un gran poder relajador. En serio. Hay quien se queda dormido oyéndolo por lo que puedes aprovecharlo cuando ya estás acostado en cama, por ejemplo.

Disfrútalo.


El autor, Adolfo Ramírez Corona es psicoterapeuta, escritor, filósofo y especialista en medios. Puedes encontrar más artículos de él o información sobre sus servicios y el poder transformador de la mente en su sitio adolforamirez.com

El aprendiz de mago

La ficción, especialmente la ciencia ficción, tiene esta extraña virtud, colateral a su propósito, de profetizar aniversarios incumplidos. Que mejor ejemplo que “1984”, la novela de George Orwell, que si bien nos ha heredado conceptos como el de big brother o crimen de pensamiento, tremendamente vigentes en nuestra época, la fecha planteada para este futuro distópico quedó muy lejos de hacerse realidad. Aunque claro, se podrá argumentar que más que el futuro, el género plantea un futuro posible de tantos.

Esto habría que decírselo a los fanáticos del universo “Terminator”, que el 19 de abril del 2011 llevaron a cabo diferentes actividades, principalmente en la red, para conmemorar el día en que Skynet, el gran sistema o red de cómputo, toma conciencia y se revela contra los seres humanos. Ese día por ejemplo, alguien abrió una cuenta en Twitter a nombre de Skynet, esperemos que no haya sido el mismo Skynet sino algún fan.

Para un grupo muy selecto, de culto diría yo, existe una fecha de estos futuros de la ficción que sí podrá ser recordada como verdaderamente mágica y misteriosa porque en ella se cumplió todo al pie de la letra.

Hablo de un cuento que escribió Max Beerbohm y en el narra como en el año de 1897, el mismo Max Beerbohm conoce a un poeta de poca monta pero sumamente pretencioso llamado Enoch Soames. Enoch no ha vendido libros pero se la pasa asegurando que su talento será reconocido por generaciones futuras. El diablo aparece y le propone un pacto: hacerlo viajar cien años al futuro para comprobar su fama póstuma a cambio de su alma en el infierno. Por supuesto que Enoch acepta y es transportado al Salón de Lectura del Museo Británico cien años después, más exactamente, al 3 de junio de 1997 a las 2:10 de la tarde. Soames aparece en la biblioteca, se sorprende que la gente que está ahí se le quede viendo, pero consulta los catálogos solo para descubrir que no existe registro de ningún escritor con su nombre. En un juego de espejos digno de Borges, solo encuentra como referencia que Enoch Soames es un personaje de un cuento escrito por su amigo Max Beerbohm. El malogrado poeta regresa, le cuenta a Max Beerbohm lo que pasó y se esfuma, esta vez suponemos que camino al infierno.

Quien sabe cuántas personas habrán leído ese cuento, y de esas, cuántas habrían estado dispuestas a asistir al Museo Británico en la fecha programada. Muy pocas. Lo cierto es que los que lo leyeron, quisieron y pudieron estar ahí, fueron una docena de fieles lectores. Una viajó desde Estados Unidos. Otro desde España. Ni siquiera se pusieron de acuerdo para ir todos juntos. Asistieron discretamente, sin decir nada, con intercambios de miradas y breves comentarios entre ellos. Se comportaron como cualquier otro visitante al grado que los empleados del lugar no notaron nada inusual en ellos.

No me pregunten a qué fueron estas personas. No creo que nadie estuviera esperando que se apareciera Enoch Soames. Supongo que este tipo de cosas funciona como los que van a visitar el departamento donde vivía Sherlock Holmes en Londres, aún cuando saben que Sherlock Holmes no existió.

La sorpresa y la magia están en que ese 3 de junio de 1997 a las 2:10 de la tarde el personaje de ficción Enoch Soames sí viajó desde el pasado, desde cien años antes, y apareció en el Salón de Lectura del Museo Británico ante los ojos atónitos de los que ahí se encontraban. Nadie se atrevió a molestarlo. Después de hacer algunas búsquedas en los catálogos de la biblioteca, el personaje Enoch Soames, se esfumó para siempre, tal como el cuento publicado en 1916 lo había pronosticado. Los fanáticos que ahí se encontraban fueron saliendo uno a uno, llevando consigo la satisfacción de haber vivido un momento íntimo y maravilloso, de esos que difícilmente se les puede contar a alguien más.

Cómo me hubiera gustado estar ahí, en ese momento misterioso. Ver la escena pero también los rostros de los lectores ante la revelación de la magia imposible, ante lo que suelo llamar, un espectáculo secreto. Ser testigo de ese instante en que lo bello, tal vez lo sagrado, camina frente a nosotros. Porque es ahí donde nuestro cerebro y mente recuperan su capacidad de sorpresa, ven el mundo como si fuera la primera vez.

A veces pienso que como escritor, como psicoterapeuta, es a lo menos a lo que se puede aspirar, a inspirar.

Uno de los que asistieron discretamente al Salón de Lectura, por ejemplo, estaba ahí porque su maestro de bachillerato le había leído el cuento de Max Beerbohm treinta y cuatro años antes y había quedado fascinado, como seguramente le pasó a los otros asistentes. Esa fecha y hora de 1997 quedó grabada en su memoria como un destino por cumplir. Su nombre es Teller y su profesión es mago. Uno de los mejores magos de nuestro tiempo, según dicen. Forma parte del dúo de magos Penn & Teller, el más bajito y silencioso de los dos, para ser exacto. Vive en Las Vegas, donde la gente puede disfrutar de sus presentaciones, y tiene, junto con su pareja escénica, un estilo que apuesta por una representación artística más inspiradora, íntima y de autor, a diferencia del espectáculo vistoso, escandaloso y lleno de efectos al estilo Hollywood, al que David Copperfield nos ha acostumbrado.

Teller es uno de esos magos a quienes les interesa más el qué que el cómo. Uno de sus conocidos actos llamado “Sombras” es una pieza ante la cual más de un mago ha confesado haber dejado caer una lágrima en el momento final. Y no por no poder discernir el truco, sino por el dramatismo de la escena. La magia elevada a arte hace irrelevante el truco. El mismo Teller dice que el método con el que hace su acto “Sombras” ha cambiado a lo largo de los años. Pero eso es algo que pasa desapercibido para quien lo ha visto desde entonces porque lo importante está en otro lado.

Ya lo decía el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke «Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.»
Pues Teller entonces, el gran mago de Las Vegas, fue uno de los inspirados por el cuento de Max Beerbohm y asistió sin decirle a nadie ese 3 de junio de 1997 a las 2:10 de la tarde al Salón de Lectura del Museo Británico en Londres. Presenció la aparición de Enoch Soames como los demás, e igual que los demás, no se atrevió a preguntar. Nadie quería preguntar. Preguntar que cómo era posible lo que habían visto, preguntar si todo había sido un truco, hubiera sido haber terminado con la magia. Aunque claro, si alguno de los asistentes hubiera sabido que ese hombre pequeño y callado era uno de los mejores magos del mundo, tal vez hubiera sospechado que tenía algo que ver con la aparición de un personaje literario del pasado.

Lo sorprendente no está en que nadie preguntó, sino que tampoco nadie se adjudicó la autoría de lo que habían presenciado. Es decir, alguien se tomó la molestia de preparar con la suficiente anticipación a algún actor que representara a Enoch Soames, le consiguió el vestuario adecuado, estudio el lugar para armar la aparición y desaparición, probablemente incluso tuvo que hacerse de cómplices en la biblioteca. Una lista de cosas que solo un mago profesional podría hacer. Y no solo eso, quien lo preparó no tenía idea alguna de cuantos fans del cuento iban a asistir ese día al Salón de Lectura, si es que asistía alguien o si iba a ser un mero performance íntimo y discreto. Solo alguien con mucho amor al arte pudo haber diseñado algo así.

Pues apenas este mes de octubre, quince años después, uno de los asistentes, se imaginarán quien, confesó discretamente ser el autor mientras lo entrevistaban sobre un tema de magia para la revista “Esquire”. Ni siquiera que haya dado una conferencia de prensa, simplemente el hecho salió como parte de la entrevista. Quince años. Y si de años se trata, el mismo Teller esperó treinta y cuatro años desde que su maestro de escuela le leyera el cuento de Enoch Soames y le inspirara a ejecutar este acto de magia. Tanto antes del acto como después, Teller supo hacer lo que los grandes magos, los grandes artistas: guardar silencio, sacrificar los aplausos por el bien de la audiencia y del arte. Dedicación y humildad: de eso está hecha la magia.

¡Qué curioso! La verdad es que cuando empecé con esta historia nunca pensé que iba a encontrar en un mago bajito y callado de Las Vegas a un maestro.

Referencias:
The Honor System por Chris Jones, el artículo de Esquire de octubre de 2012.

A Memory of the Nineteen-Nineties  por Teller en The Atlantic, de noviembre de 1997.

Reescribir la historia del mundo

Imagina por un momento que esta concepción hinduista del renacimiento es una realidad y que así como viviremos una siguiente vida de acuerdo a como hayamos vivido esta, también vivimos una vida anterior que nos hizo nacer en esta.

Tal vez en tu vida anterior no eras todavía humano. Al morir, como todos, te presentaste en algún tipo de oficina para ver en qué ibas a renacer en la siguiente vida. No eras el único esperando renacer por lo que tuviste que esperar en la línea. Adelante de tí estaba alguien que acababa de ser serpiente y se quejaba de que ya llevaba tres vidas como serpiente sin cambio alguno. Cuando llegó su turno le comunicaron que iba a ser serpiente una cuarta vez a lo que ésta se enfureció, empezó a gritar y a enojarse con todo mundo. Alguien le dijo que precisamente por eso seguía renaciendo una y otra vez en serpiente.

Y bueno, llegó tu turno y te avisaron que esta vez renacías en un ser humano, el que eres ahora. ¿Recuerdas tu emoción, tu felicidad, las expectativas de empezar una nueva vida? ¡Una vida como ser humano!
Quizás te advirtieron que no iba a ser fácil, que el ser humano sufre, a veces llora, tiene un problema con sentirse satisfecho de modo definitivo, en fin, te leyeron las contraindicaciones. Pero estoy seguro que eso no eliminó la emoción que tenías en tu vida previa de transformarte en un ser humano. Pues recuerda hoy esa emoción, siéntela, porque a veces todos necesitamos que nos recuerden que haber nacido ser humano, no importa cómo, no importa de donde venimos realmente, es tremendamente emocionante.

Más o menos así recuerdo este cuento en boca de Stephen Gilligan, escritor y psicoterapeuta, en una de sus conferencias dentro del 11o Congreso Internacional sobre Enfoques Ericksonianos en Psicoterapia el año pasado en Phoenix, Arizona, Estados Unidos. Los llamados cuentos terapéuticos difícilmente serán algún día seleccionados para una antología literaria o sus autores galardonados por premios otorgados por una secretaría o ministerio de cultura. Pero como toda literatura, como todo arte, nos cambian la manera de ver la realidad y por lo tanto la realidad misma, como la neurociencia ha ido descubriendo.

La diferencia es que el cuento terapéutico tiene en el cambio del oyente su único objetivo. Y a diferencia de la literatura, estos cuentos se eligen o a veces se construyen in situ, en el momento de la sesión, a la medida del receptor.

Por cierto, no siempre sabes que estás leyendo o escuchando un cuento terapéutico. Parte del truco radica en que si etiquetas un cuento como terapéutico la gente cree que se trata de un fármaco o medicamento y ni quien lo quiera leer. Por eso es que puedes estar leyendo un blog o escuchando un podcast y no darte cuenta de ello. Pero no se lo digas a nadie.

En fin, que cuando le escuché a Stephen Gilligan este cuento me recordó a alguien que se acercó a psicoterapia y la causa de todos sus males era el empleo que tenía. Un empleo de esos que se tienen para pagar la renta y no lo puedes dejar de un día a otro. Se quejaba de sus condiciones laborales, ambiente de trabajo, el jefe o la jefa, el patrón o dueño, los proyectos, en fin, de todo lo que te puedes quejar de un empleo.

Le dije algo así como: “recuerda el día que te entrevistaron o seleccionaron para este empleo; ¿hace cuánto fue?, ¿cómo fue?”. Mientras más detalles, mejor. Porque luego le dije: “recuerda la emoción que sentías ante el nuevo trabajo, las expectativas, las ganas que tenías de empezar a trabajar, por el trabajo, por el ingreso, porque te iba a ayudar a pagar la renta, por lo que fuera; si te hubieran dicho ese día, y tal vez te lo dijeron, los inconvenientes de tu trabajo como me los has descrito, ¿hubieras aceptado de todos modos el trabajo?”.

Y sí, por supuesto que sí. Dijo que sí, porque a menos que seamos una serpiente en su cuarta vida como serpiente, cualquiera acepta emocionado un nuevo trabajo.

Los que me conocieron en una de mis vidas anteriores, o facetas si prefieren, cuando era más filósofo y escritor, a veces se preguntan cómo es que ahora me dedico a la psicoterapia. Lo que no saben es que la sesión psicoterapéutica es un proceso creativo en donde confías una historia, tu historia, y la entregas para ser escuchada, leída con atención. Con la atención que se lee al más complejo de los filósofos o el más elaborado de los cuentos.

Y luego, para todos los que buscan un cambio en su vida, el cuento terapéutico te ayuda a reescribir la historia del mundo. De tu mundo, ya seas paciente, consultante, escucha o lector.

El lenguaje de las palomas


La filosofía, el arte, la literatura, tienen esa capacidad de poder cambiar nuestra manera de ver el mundo, nuestra perspectiva de la vida, con una idea, un gesto, a veces una frase o verso.

A nuestro cerebro le gusta ahorrar esfuerzos y procura estructurar un modelo, una realidad, un mapa, de aquella persona que conocimos por la mañana, de la ciudad que visitamos hace un año, o de la canción o película de moda, para luego no mover mucho las cosas y dejarlo todo así en nuestra memoria.

Y bien hace porque sería imposible que cada segundo el cerebro y mente vieran, escucharan o percibieran sus alrededores como si fuera todo nuevo, como si fuera la primera vez siempre. Hay que ahorrar recursos y solo se da un cambio de opinión sobre política, o sobre la primera impresión que nos provocó el nuevo compañero de trabajo, la manera en que me gusta tomar el café, mis platillos favoritos, solo se da un cambio si el cerebro y mente son convencidos, a veces sacudidos como en medio de una tormenta, de sus creencias, sus certezas, a veces incluso de sus prejuicios, vicios, malos hábitos.

Friedrich Nietzsche, por ejemplo, sembró una idea en el siglo XIX que floreció hasta el XX. Como todas las ideas nuevas, las ideas filosóficas me refiero, en su momento fue explosivamente novedosa. Ahora creo que en el siglo XXI ya es un tema que aparece en películas serie B de Hollywood, pero vale la pena recordarle. Hablo del eterno retorno, idea que en ámbito mítico y religioso no es nuevo, pero que Nietzsche plantea como un escenario, como una idea, como un modelo para ver la vida, y en especial para valorar nuestras decisiones, lo que hacemos cada día.

Esencialmente, si vivimos la vida una sola vez, si cada una de las acciones que decido vivir, las voy a vivir una sola vez, casi nada importa, casi nada tiene peso. Pero si les dijera que toda nuestra vida, todos nuestros actos no solo se van a repetir, sino que se van a repetir idénticos, una y otra vez hasta el infinito, ¿vivirán igual?
Dicho en palabras de Nietzsche: «Si, en todo lo que quieres hacer, empiezas por preguntarte ¿estoy seguro de que quiero hacerlo un infinito número de veces?, esto será para ti el centro de gravedad más sólido.»
Después de leerle esto a mis alumnos de Ética, hace ya muchos años, les decía que cuando alguien tira un pedazo de basura en la calle pensando “qué tanto es una basurita más”, ese acto aparentemente insignificante, toma un sentido totalmente diferente si sabemos que va a repetirse infinitamente por la eternidad.

Un ejemplo similar lo tenemos en el libro “Sum: Cuarenta Historias desde la Otra Vida”, conjunto de pequeñas piezas literarias escritas por un neurocientífico contemporáneo, David Eagleman, sobre mundos, universos posibles, de la vida después de la vida. El primer cuento, que da nombre al libro, se llama Suma y plantea que «En la otra vida tu revives todas tus experiencias, pero esta vez con los eventos mezclados en un nuevo orden: todos los momentos que comparten una cualidad están agrupados juntos. Pasas dos meses manejando en la calle frente a tu casa, siete meses teniendo sexo. Duermes por treinta años sin abrir tus ojos. Por cinco meses seguidos tu ojeas una revista mientras estás sentado en el toilet.»
El escenario es muy sencillo. Aquí no hay eterno retorno, sin embargo, el visualizar el acumulado de tiempo que dedicamos a ciertos actos, provoca que esos actos de nuestra vida también los veamos diferentes. Algunas sumas provocan risa, casi llanto. Es difícil saber si la otra vida expuesta en esta historia es el cielo o el infierno.

«Pasas seis días cortándote las uñas. Quince meses buscando cosas perdidas. Dieciocho meses esperando en la cola. Dos años de aburrimiento: mirando a través de la ventana del autobús, sentado en la terminal del aeropuerto […] Setenta y siete horas de confusión. Una hora dándote cuenta que olvidaste el nombre de alguien. Tres semanas dándote cuenta que estás equivocado […]  Seis semanas esperando el semáforo en verde. Siete horas vomitando […] Nueve días pretendiendo que sabes de que se está hablando. Dieciocho días mirando dentro del refrigerador. Seis meses viendo comerciales en televisión. Cuatro semanas sentado pensando, divagando si habría algo mejor que hacer con tu tiempo.»
No sé ustedes, pero para mí, después del eterno retorno nietzscheano o la suma de nuestra vida de Eagleman, cambia mi manera de ver la vida, cambia mi perspectiva de las cosas. Por lo pronto me recuerda que quiero vivir en una ciudad en la que no tenga que pasar tanto tiempo para que el semáforo se ponga en verde. O si tengo que hacerlo, aprovecharlo, disfrutarlo, darle algún sentido.

Y no se trata simplemente de información. Estamos hablando de filosofía, literatura y arte, que conllevan un lenguaje lleno de desplazamientos, de retórica, de formas de presentar un mensaje. Si alguien me dice “vive la vida”, “no desperdicies ni un minuto”, “se feliz” o “vive cada día plenamente”, mi cerebro y mente se van a reir. Nadie cambia por instrucciones.

Para los que preguntan qué es lo que pasa en una sesión psicoterapéutica les puedo responder diciéndoles lo que todo psicoterapeuta espera que pase: un cambio, una transformación en la manera en que el cerebro y mente del consultante ven su mundo; cambiar la realidad a través de su mirada, de tal modo que el cerebro y mente encuentren un nuevo camino, vuelvan a recuperar su capacidad de aprendizaje, se liberen de una visión repetitiva, y vean otra vez ese aspecto de la vida que ya no les funcionaba pero ahora totalmente renovado.

Aunque claro, igual que pasa con el lenguaje literario, filosófico o del arte en general, la efectividad del mensaje no está en la semántica sino en la retórica. Es decir, para quien fuma y quiere dejar de hacerlo, de nada sirve salirle con la cantaleta de lo dañino que es para la salud o de los riesgos de eficema pulmonar. Eso lo saben todos los fumadores. Si saber eso funcionara no vendría escrito en todas las cajas de cigarros. El fumador que quiere dejar de serlo, por seguir con ese ejemplo, ya sabe lo qué quiere y por qué lo quiere. Su problema es que a pesar de saberlo lo sigue haciendo porque a una parte de su cerebro y mente, como a todos, a veces le resulta difícil cambiar, y hace trampa. Y para comunicarnos con algunas partes de nuestro cerebro y mente hace falta otro lenguaje.

Es cuando necesitamos una palabra, un silencio, un pensamiento o una paloma, que nos traigan una tempestad, una nueva dirección en nuestro mundo. Nietzsche lo dice mejor que yo en el famoso Zaratustra: «Las pa­labras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensa­mientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo.»