¿El Buda necesitaba psicoterapia?

Como algunos de ustedes saben, uno de los temas que más ha ocupado el tiempo que dedico a investigación en los últimos años es el diálogo entre la experiencia espiritual y la experiencia psicoterapéutica. Es decir, de qué modo la psicoterapia aporta a la espiritualidad y viceversa. Y digo diálogo en donde podría decir diferencia.

Porque hay días en que creo que si bien hay semejanzas entre ambas experiencias cada una tiene sus espacios propios, como bien ha explorado Mark Epstein, autor de  “Going on Being: Life at the Crossroads of Buddhism and Psychotherapy” (y que sería “Seguir siendo: la vida en la encrucijada del Budismo y la Psicoterapia”), y que por cierto, tiene otro libro con un título que define muy bien la experiencia espiritual budista: “Going to Pieces without Falling Apart: A Buddhist Perspective on Wholeness” (que sería algo así como “Haciéndose pedazos sin desmoronarse”).

Los días que estoy de acuerdo con Epstein, creo que la meditación y el budismo (aunque puede ser aplicado a cualquier otra práctica espiritual) se han convertido en la sociedad occidental contemporánea como una opción a la psicoterapia cuando en realidad deberían de verse como complemento. Es común conocer personas ensimismadas en la meditación esperando obtener resultados para trastornos muy específicos que corresponden más al ámbito psicoterapéutico. Y en realidad la experiencia espiritual es mucho más que curación o sanación. A veces, la experiencia espiritual trae consigo la sanación, pero no es condición sine qua non de la misma.

Y bueno, como les decía, hay días que pienso eso, porque en otros días me entra la duda si Jesucristo o el Buda además de su avanzado crecimiento espiritual hubieran necesitado de un poco de psicoterapia, ya saben, para atenderse algunos detalles que la salvación o la iluminación no hayan logrado resolver.

Y no se si la idealización de hombres y mujeres como ellos no nos permita ver que también tenían dolor de muelas, como cualquier ser humano de nuestra época. O que probablemente vivían con alguna pequeña fobia, manía, emoción atorada o duelo no resuelto, como es también normal en homo sapiens moderno.

Y si, ya se, a veces creo que blasfemo y que no hay más que las grandes experiencias espirituales por las que pasaron ellos (y otros más) para realizarse como personas.

Tal vez es al revés, y los psicoterapeutas somos como sacerdotes o monjes pero envueltos en una presentación más acorde con nuestra sociedad consumista, cada vez menos creyente, y con mucho más confianza o fe en la ciencia que en la religión.

Curiosamente el psicoanálisis, primer psicoterapia formal moderna, surge en la época del “dios a muerto”, cuando una persona con algún trastorno iba con un médico y ya no con un sacerdote.

En fin, que como podrán notar, hoy más que anécdota y conocimiento, hay una reflexión. Y es que déjenme les cuento que vengo regresando de estar en un retiro de meditación y silencio durante cuatro días y tres noches y la experiencia fue… bueno ya saben, son de esas cosas a las que uno etiqueta como indescriptibles. Hace ya cinco años de que empecé a meditar de modo más o menos regular. De hecho, este diciembre son cinco años de mi primer retiro de meditación. Los efectos de la meditación, el yoga y los retiros, son una de las principales razones por las cuales inicié mi investigación personal en los temas del cerebro y la mente. Fue tal el cambio desde la primera vez que empecé a meditar y no se diga después del primer retiro, que devoré cuanto libro pude encontrar sobre el tema. De ahí que me clavara, com decimos por acá, en todo lo que tiene que ver con neurociencia, hipnosis, psicoterapia… en fin. Sin ir más lejos, es en esos retiros donde germinó el psicoterapeuta que ahora soy, la persona que ahora soy.

Uno de los principios fundamentales de la neurociencia moderna es el de la plasticidad cerebral. Esto es, la capacidad del cerebro para cambiar, reestructurarse, establecer nuevas redes neuronales, y por lo tanto, generar nuevos procesos, aprendizajes, conexiones, modos de ver la vida, de vivirla. La frase más famosa para explicar este fenómeno es la atribuida a Donald Hebb, y que siempre me cuesta mucho trabajo traducir ya que en su juego de palabras se pierde su propiedad mnemotécnica: «When neurons fire together, they wire together», que literalmente sería algo así como «cuando las neuronas se encienden juntas, se conectan juntas», pero que habría que parafrasear más bien en «neuronas que una vez se juntan, neuronas que nadie separa» o, perdón por la licencia poética, «neuronas entre las que hubo fuego, neuronas entre las que cenizas quedan» o «neuronas que la sinapsis unió, no las separa el hombre». Perdón por el desvarío, pero la idea es que ahí donde un conjunto de neuronas se activan al mismo tiempo por alguna razón, se establece una red, una conexión, que permanece fija para siempre.

Este es el gran mal y la gran esperanza de todo ser humano. Es la razón por la cual alguien se acerca a psicoterapia y es la herramienta del psicoterapeuta para sanarle. Lo explico.

Un grupo de neuronas “A” se activa cuando escuchamos el ladrido de un perro, lo vemos, estamos cerca de él. Otro grupo de neuronas “B” se activa cuando tengo miedo. Si ambos grupos de neuronas, “A” y “B” se activan al mismo tiempo, se abre una conexión entre ellas. Un espacio en el cerebro que antes era campo traviesa, terreno virgen, ahora ha sido caminado, recorrido por corrientes eléctricas, energía e información de un lado a otro entre “A” y “B”. Al ser recorrido se marca una vereda sobre el terreno. Esa vereda siempre estará ahí. Siempre. Si la percepción del perro y el miedo vuelven a activarse al mismo tiempo (y esto es cada vez más probable porque ya hay camino andado) la vereda se va erosionando, haciendo más ancha, y se puede hacer un camino, una carretera, una autopista.

A eso va alguien con una fobia a los perros a psicoterapia. A intentar borrar un camino por el que su mente siempre viaja por más que el consultante ya no quiera.

Y nuestra labor como psicoterapeutas es la de abrir nuevos caminos. Imposible borrar el que ya está, según nos ha enseñado ya la neurociencia. Pero podemos abrir nuevas veredas, nuevos caminos, nuevas carreteras y nuevas autopistas.

La experiencia espiritual parece ser como si todas, o al menos muchas de esas neuronas se encendieran todas al mismo tiempo y de un solo golpe se abrieran todos los caminos. Por eso a veces dudo que Jesucristo o el Buda hubieran necesitado de psicoterapia.

Pero como les decía, estoy divagando mucho porque vengo llegando de un retiro y siento que todas mis neuronas se encendieron al mismo tiempo mientras estuve allá. Y todavía no se si se encendieron como los foquitos de una bella serie en árbol de Navidad o como el incendio de la Biblioteca de Alejandría. De hecho, todavía no sé que sería mejor, si la serie navideña, muy estética pero un poco inútil para ser sinceros, o el fuego consumiendo la Biblioteca de Alejandría, que finalmente implica volver a empezar, volver a la mente de principiante. Reiniciar. Renacer.

El espíritu del malvado tigre ante la neuroley

Un hombre o mujer, después de días de pesadumbre y dolor, se enoja, entra en un estado de ira incontrolable. Está contra todo y contra todos. Rompe cosas. Golpea personas. Tal vez incluso las hiere, las daña, y puede llegar a matarlas.

En occidente, en esta cultura nuestra griego-romano-judeo-cristiana, la persona enojada al grado de la ira es responsable de su enojo, de su ira, y de todas las consecuencias que traiga consigo. La única manera de evitar tal responsabilidad es la de alegar locura, un daño cerebral, algún padecimiento físico que demuestre la inconciencia del acto. A veces incluso, en el afán de buscar culpables, se investiga al psicoterapeuta, al psiquiatra, a los maestros de escuela, o a la sociedad por permitir que esto pase.


La historia reciente de los Estados Unidos, al menos la construida por los medios masivos, está llena de estos casos, principalmente de adolescentes que cargados de armas de fuego y municiones disparan a multitudes inocentes.

Y claro, si hablamos de conciencia, responsabilidad, emociones o identidad, estamos en el terreno de la neurociencia. Y si la neurociencia está cambiando radicalmente nuestro modo de ver todo lo que tiene que ver con la mente y el cerebro, la ley y la justicia no son la excepción. Tan es así que ahora existe la materia de neuroleyes en algunas universidades gringas.

La línea que separa a una persona declarada como no sana o “insane” y una capaz de responder por sus actos, siempre ha estado ahí. El caso que siempre se cita como ejemplo es el de Charles Whitman, quien es tristemente recordado por matar a trece personas y herir a treinta y dos en el campus de Austin en la Universidad de Texas en el año de 1966, al apostarse como francotirador y asesinar desde la cima de una torre a quien iba caminando. No pudo ser atrapado vivo, como gusta la justicia occidental, y tuvo que ser asesinado para detener la masacre. La investigación posterior reveló que la noche anterior había matado en su casa a su madre y a su esposa, con quien vivía. Pero lo más interesante fue la carta póstuma que dejó en esa casa en donde decía lo mal que se había sentido en las semanas previas, al grado de sospechar que tenía algo raro en su cabeza. Pedía perdón por los hechos y solicitaba que se le hiciera una autopsia en su cerebro para explicar su malestar y dolores de cabeza además de realizar con él investigaciones que previnieran casos como el suyo. Y así se hizo. Se realizó la autopsia y se encontró un tumor en el área de la amigdala, la cual es la encargada de encender los motores de ataque y agresión en nuestro sistema nervioso.

Charles Whitman murió sin ser juzgado, pero las preguntas siempre persistirán con respecto al grado de responsabilidad en sus actos.

Hoy, la neurociencia está descubriendo que muchas de las acciones que realizamos día a día y que creíamos que elegíamos concientemente, son en realidad procesadas por elementos no concientes de nuestro cerebro y mente. Nuestro yo conciente es una parte pequeñita comparada con todos los procesos neuronales no concientes, a los que no tenemos acceso pero funcionan cotidianamente. Los hombres, por ejemplo, prefieren elegir retratos de mujeres con ojos dilatados aún cuando concientemente no sepan que esa es la razón de su elección. Esto es fácil de entender y aceptar con ejemplos aplicados a consumo. Pero el tema se complica cuando hablamos de asuntos legales.

Siempre había creído que el fenómeno del asesino que sin motivos dispara a multitudes inocentes era casi exclusivo de la sociedad norteamericana moderna. Me sorprendió recientemente encontrarme conque no es así. Lo que sucede es que cuando un fenómeno como este pasa en otras culturas no hacen tanto escándalo. Al menos, la manera de ver el fenómeno define las características del mismo y por lo tanto las consecuencias. Me explico con un ejemplo directo.

En Malasia también un hombre o mujer, después de días de pesadumbre y dolor, se enoja, y entra en un estado de ira incontrolable. Está contra todo y contra todos. Rompe cosas. Golpea personas. Tal vez incluso las hiere, las daña, y puede llegar a matarlas. Pero en este país, en esta cultura, se dice que a esta persona se le metió el amok. El amok es el espíritu de un malvado tigre. Cuando a alguien se le mete el amok, no hay modo de que se detenga, empieza a matar a cuanta persona se le pone enfrente y casi siempre termina asesinado por la policía para evitar más muertes. Contrario a lo que normalmente se argumenta en el caso de las leyes norteamericanas (y lo señalo sin el afán de entrar en polémica) en Malasia el acceso a las armas de fuego es muy difícil por parte de la sociedad civil, pero esto no impide las muertes por amok ya que quien es poseído usa sables o espadas. Igual que en el caso de la mayoría de los asesinos norteamericanos de este tipo, a quien le da el amok tiene un periodo de preparación, no es una ira momentánea. Existe lo que legalmente conocemos como premeditación. La diferencia es que para los malayos la persona no es responsable, en el sentido legal de occidente, ya que se reconoce que fue poseída por este espíritu. No fue su culpa. Esto tiene implicaciones sociales determinantes. Por ejemplo, los familiares de los inocentes que mueren en estas masacres no lo ven como algo personal, o víctimas de un homicida, o hechan la culpa al asesino. Para ellos, el morir en manos de un poseído por amok es el equivalente a morir por terremoto, tsunami o la caída de un rayo. El dolor es terrible y el duelo muy largo pero para ellos son cosas que pasan.

La posesión por amok, o dicho en términos occidentales, el síndrome del amok, está clasificado dentro del famoso “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” o DSM-IV TR, en el Apéndice: Guía para la formulación cultural y glosario de síndromes dependientes de la cultura.

Los invito a reflexionar sobre la gran diferencia que implican estas dos visiones de un mismo fenómeno. La salud mental de una sociedad, de las víctimas o afectados por el hecho, el perdón, en fin, son dos mundos totalmente diferentes.

Lo curioso es que tal vez esa visión oriental está mas cerca de explicar cómo funciona la mente y cerebro humanos según va descubriendo la neurociencia actual. Somos responsables de nuestros actos, más no necesariamente culpables. Mis emociones son escasamente generadas por mí, es decir, concientemente por mí. Esto es, no soy un hombre enojado, iracundo, o neurótico. Soy un hombre con enojo, que tiene ira, que tiene neurosis. Más aún, soy un hombre poseído a veces por el enojo, la ira o la neurosis. Si no les gusta la palabra poseído, digamos que el enojo, ira o neurosis surgen en mí, nacen en mí, sin que intervenga mi conciente.

La diferencia a nivel personal y psicoterapéutico también es fundamental. Reconocer esas emociones cuando surgen, muchas de ellas por mecanismos de protección o defensa, de vigilancia natural e incluso benéficas, en nuestro cerebro y mente, es muy importante. Pero una vez que surgen lo menos razonable es alimentarlas con ideas de culpabilidad y castigarnos con ellas. Si ya percibí el surgimiento de un enojo en mí, está tan bien o tan mal como cuando llueve, así que no vale la pena lamentarse y dolerse debajo de la lluvia, sino resguardarse, sacar un paraguas y en cuanto sea posible poner la ropa mojada a secar.

Recuerda, cuando tengas experiencias que generan emociones positivas, profundiza esas emociones, aliméntalas. Y cuando tengas experiencias que generan emociones negativas, trae a la mente, recuerda experiencias positivas que te hagan recordar y sentir emociones positivas.

Si el amok llega, si el espíritu del malvado tigre llega, no lo alimentes.

El cerebro pesimista y otras razones para ser optimista

Cinco sesgos pesimistas de tu cerebro y cómo sobrevivirlos

1. El caso de los dos cerebros

Te doy a elegir entre dos opciones. Darte cien dólares hoy o darte doscientos dólares en diez años. Cómo imaginarás, la mayoría abrumadora responde a esta pregunta que prefiere los cien dólares hoy que esperar diez años a recibir un doscientos por ciento más.

Si variamos la pregunta, y te ofrezco dos opciones: darte cien dólares dentro de diez años o darte doscientos dólares dentro de diez años y una semana, la mayoría opta por esperar una semana más y recibir el doble de dinero.

En un análisis meramente lógico entre ambas opciones financieras, es absurdo estar dispuesto a esperar una semana después de diez años, en la segunda opción, y no estar dispuesto a esperar los mismos diez años en la primera opción.

Sin embargo, más allá de la lógica, una parte de nuestro cerebro tiene arraigado eso de más vale malo conocido que bueno por conocer o más vale pájaro en mano que ver un ciento volar.

Este dilema financiero ya es viejo, y tiene rato que es un cuestionario estándar en escuelas de economía o psicología social, pero hasta hace muy poco se aplicó a voluntarios mientras se encontraban dentro de un equipo de imagen de resonancia magnética funcional con el fin de ver qué pasaba en el cerebro en el momento mismo en que se tomaban las decisiones.

Se descubrió que cuando tomamos la decisión de aceptar cien dólares hoy y no el doble en diez años se activa una red neuronal diferente que cuando decidimos aceptar el doble dentro de diez años una semana.

Dicho de otro modo, usamos diferentes “cerebros“ para evaluar lo inmediato y próximo que para analizar el futuro lejano. Y la red neuronal que maneja las recompensas a corto plazo es más fuerte y tiene más peso en nuestras decisiones que la red del largo plazo.

De ahí que en cierto modo no somos nosotros mismos del todo cuando aceptamos esa compra a doce meses sin intereses, ya no digas la hipoteca de una casa.

2. La memoria pesimista

Otro caso. Todos conocemos la famosa ley de Murphy, que dice más o menos así: «Si algo puede salir mal, lo más probable es que salga mal.» Y si bien siempre es conveniente pensar en el peor escenario y no dejarlo al olvido, para tener un plan B en caso de que las cosas se pongan mal, la ley de Murphy es tremendamente subjetiva.

Y se debe a esta característica propia de nuestro cerebro y mente de recordar mejor las malas experiencias sobre las buenas. Es un mecanismo ya innato en nosotros, y de hecho forma parte de la evolución del ser humano.

En otras palabras, nuestro cerebro está configurado para ser pesimista por “default”. El hipocampo, que es la parte de nuestro cerebro donde se guardan recuerdos, almacena mejor los negativos con el fin de tenerlos para futura referencia. Es cuestión de sobrevivencia recordar mejor que el fuego quema a recordar una estrellita pegada en la frente por hacer la tarea.

3. Lo que realmente cambia tu vida

Otro caso. Supongamos que alguien tiene un accidente automovilístico menor, un evento negativo pequeño. Y otra persona tiene un evento positivo extremo, como ganarse el Melate. Mientras el accidente menor va a cambiar la vida cotidiana sólo por un rato, el ganar la lotería cambia la vida cotidiana de modo radical. Se puede ir a vivir a otro lugar, cambiar hábitos de comida, viajar, en fin, el cambio es intenso y dura mucho tiempo.

Sin embargo, en lo que al cerebro y mente se refieren, es más difícil regresar a la normalidad después del pequeño accidente que de ganar el gordo de la lotería.

4. Cuántos clavos sacan un clavo

Por otro lado, dicen que un clavo saca a otro clavo, pero la verdad es que para nuestro cerebro y mente, la proporción no es así. Me explico.

En nuestro trato con las personas hay interacciones positivas e interacciones negativas. Cada que lastimamos, herimos, tratamos mal, insultamos, u ofendemos a alguien, son interacciones negativas, y aunque sean sin intención, lo importante es que así lo vive el otro.

Para contrarrestar los efectos de una interacción negativa usualmente queremos compensar con una interacción positiva. Si se nos salió decirle a alguien que el color de sus zapatos parece vómito de perro, y nos pone la cara que hace el tigre de Tazmania antes de destrozar a sus presas, no basta con luego decirle “es broma, es broma, están preciosos tus zapatos, a poco te la creíste” y darle un abrazo.

Hacen falta, escuchen bien, cinco interacciones positivas para contrarrestar los efectos de una interacción negativa.

5. La primera impresión

¿Recuerdan lo que nuestras abuelas decían sobre dar una muy buena primera impresión? Pues no solo es cierto sino que hay que dar unas muy buenas primeras cinco impresiones antes de meter la pata con alguien. Y si la metemos, no basta un ramillete de flores.

Y hablando de recordar, me viene a la memoria aquella expresión de puedo perdonar pero no olvidar. Jorge Luis Borges, sin saber de neurociencia, lo decía claramente, “solo una cosa no existe, y es el olvido”.

Y es cierto, aún cuando quisiéramos olvidar una experiencia negativa, esto no es posible. Como un mecanismo de protección, nuestro cerebro guarda siempre en su memoria trazos, rastros, de las experiencias negativas, aunque sea de modo simbólico e inconciente, como un mecanismo de protección. Este mecanismo de protección es resultado de miles de años de evolución y está ahí para nuestro bien.

Cómo sobrevivir al pesimismo de tu cerebro

Esto es muy importante tomarlo en cuenta porque en cierto sentido, es muy positivo que nuestro cerebro sea tan negativo.

Al menos una parte de él.

Si hagamos lo que hagamos nuestro cerebro se va a encargar por nosotros de evaluar el peor escenario, considerar la ley de Murphy, y ver todo a través de los recuerdos negativos, lo mejor es despreocuparnos y dejarlo hacer su trabajo.

Innecesario alimentarlo con más pesimismo. Por el contrario, aprovechemos este recurso que la naturaleza nos ha dado, dejemos que el pesimismo funcione en un segundo plano, y dediquemos el primer plano de nuestra vida a disfrutarla, a saborear el lado positivo que tanta falta nos hace.

El poder de los placebos y las palabras que los acompañan

Desde hace tres años la noticia ha corrido como pólvora y lejos de apagar su fuego está empezando a tomar la proporción de fuegos artificiales en día de la independencia: los placebos están teniendo el mismo efecto que los medicamentos.

Los placebos, para quien no lo recuerde, son medicamentos falsos, medicamentos sin sustancias activas, de “mentiritas” decíamos de niños. Tienen diferentes usos, pero el más importante y el que inició el escándalo, es el que se les da para contrastarlos en pruebas de laboratorio con los medicamentos normales. Esto es, cuando se quiere probar un medicamento nuevo antes de sacarlo al mercado, éste se le da a probar a voluntarios. Los voluntarios se dividen en dos grupos, un grupo de prueba que recibirán el medicamento, y un grupo testigo, que recibirá el placebo. De lo que se trata es de comprobar que la efectividad de las sustancias activas se debe al medicamento mismo y no a la influencia de otros factores.


Es, en otras palabras, como la prueba del añejo. O como darle a probar a alguien con los ojos vendados, dos refrescos de cola diferentes, a ver si es realmente capaz de percibir la diferencia. Lo que me recuerda por cierto la vez que le di a un invitado cerveza sin alcohol sin avisarle y ya se le estaba subiendo.

Pero regresando a los placebos, éstos tienen un efecto en quien los toma, y esto es conocido desde siempre, de ahí la expresión tan conocida de efecto placebo. El simple hecho de tomarse algo para el dolor, por mencionar un ejemplo, nos genera una calma y confianza que disminuye una parte del dolor.

Claro, se supone que un medicamento real quita más dolor que un placebo y para eso se somete a pruebas de laboratorio. Y digo que se supone porque la noticia que ha corrido como pólvora desde hace tres años es, como les decía en un inicio, que los placebos están teniendo el mismo efecto que los medicamentos. Placebos Are Getting More Effective: Drugmakers Are Desperate to Know Why, o lo que es lo mismo, Los Placebos se están volviendo más Efectivos: Los fabricantes de fármacos están desesperados en saber por qué, es un artículo de la famosa revista Wired escrito por el no menos famoso periodista Steve Silberman y que puso el tema en los medios. El artículo se publicó en el dos mil nueve, mismo año que salió en librerías de Estados Unidos el libro The Emperor’s New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth, que en español será algo así como Las Nuevas Drogas del Emperador: Explotando el Mito Antidepresivo, del científico e investigador de la Universidad de Harvard, Irving Krisch.

Y no solo está pasando con medicamentos nuevos sino con medicamentos ya probados y que están actualmente en el mercado. Estamos hablando de medicamentos de todo tipo, tanto antidepresivos, como analgésicos, ansiolíticos o para disfunción sexual.

El efecto placebo funciona, entre otras cosas, por la generación de una espectativa y por el poder de sugestión de la mente ante una autoridad médica, dicho en términos un poco simples. Insisto, los efectos siempre han sido conocidos pero habían sido menores. El cerebro tiene sus propios mecanismos de cura, es capaz de generar analgésicos y antinflamatorios naturales, por ejemplo. A veces, estos mecanismos no se activan por sí mismos y el efecto placebo lo que logra es que empiecen a funcionar.

Pues bien, esto es parte de lo que ha estado en investigación en los últimos tres años. Los científicos han descubierto, por ejemplo, que los placebos en forma de pastillas amarillas, solo por ser amarillas, son mejores como antidepresivos; las rojas como estimulantes; las verdes reducen mejor la ansiedad. O tomar un placebo cuatro veces al día es más efectivo que una vez al día.

Ya se estarán dando cuenta de la dimensión del descubrimiento. ¿Para qué recetar un medicamento si se pueden dar placebos? Y la respuesta es que no es tan fácil. La discusión entra en el ámbito de la relación ética entre médico y paciente, ya que no se le puede recetar a un paciente un placebo haciéndole creer que es un fármaco real. Y se supone que para que el efecto placebo funcione, la persona que ingiere el placebo no debe saber que es un placebo, ¿cierto?
Pues a los científicos no les gustan los supuestos y mejor investigaron. Y aquí es donde les recomiendo abrocharse los cinturones porque esto representa un giro de ciento ochenta grados en nuestra visión sobre la enfermedad y la cura. El efecto placebo funciona aún cuando los pacientes saben que están tomando placebos. Repito: el efecto placebo funciona aún cuando quien lo ingiere sabe que está tomando medicinas de “mentiritas”.

Claro, y esto es muy importante subrayarlo para todos los que nos escuchan, todo esto está a nivel de investigación y no como algo que se aplique la próxima vez que vayan a consulta. Sin embargo, hay beneficios que si pueden ser inmediatos.

The New York Times acaba de publicar Beware the Nocebo Effect o Cuidado con el Efecto Nocebo. Les explico. Todos tenemos nuestros médicos de confianza. Ese doctor del cual decimos que “es muy atinado” o que “tiene buena mano”. ¿Alguna vez se han preguntado porque si dos médicos recetan lo mismo, los pacientes se curan más rápido con uno que con otro? Pues antes se creía que podía ser la simple capacidad comunicativa o emocional de los doctores, es decir, que uno explica mejor que otro o apapacha más a sus pacientes que los demás. Pues fíjense que ahí es donde entra el efecto nocebo. Si el efecto placebo se refiere a los efectos positivos de una pastilla sin fármaco, el efecto nocebo es un efecto negativo, que en lugar de curar, enferma. Si el médico usa expresiones con su paciente tales como “mire, vamos a ver si le funcionan estas cápsulas porque a algunos les da migraña y náuseas, esperemos que no sea su caso, pero si es así me habla por teléfono”, esas expresiones pueden estar influyendo al paciente a sentir todos esos efectos secundarios. Por eso un médico que da confianza puede ser la diferencia al decir: “mire, con esto seguro se compone, a ver si se acuerda de llamarme el lunes cuando ya esté bien, para ver como va su mejora”.

Y bueno, en medio de todas estos impresionantes avances científicos, solo hay algo seguro: el cerebro humano todavía está lleno de misterios para maravillarnos cada día.

Otros artículos similares en este blog: Lecturas sobre el efecto placebo.

¿Estrés post-vacaciones? No te lo tomes personal

Se terminan las vacaciones de verano y ya estamos en el regreso a clases. Esta es una de las temporadas del año con más cambios en nuestras vidas. Cambios que pueden ir desde lo cotidiano para algunos, como tener que levantarse más temprano, hasta mudanzas o viajes para otros. Todo cambio, por muy positivo que sea en el largo o mediano plazo, implica que las cosas a veces se salgan un poco de control. A veces, mucho. Y esto puede traer consigo estrés o ansiedad. Quien esté en ese caso, quien esté viviendo algo así, lo primero que hay que darse cuenta es que esto no es personal. En todos esos momentos en que nos decimos a nosotros mismos —por qué a mí, por qué yo— respiremos y pensémoslo dos veces, porque las consecuencias emocionales de estos cambios nos pasan a todos en mayor o menor medida. Y para muestra, un botón.

Miren, todos sabemos que en los primeros días del año los gimnasios se llenan al grado de no darse a basto. Esto se puede comprobar, más allá de nuestra percepción de lo amontonados que estamos en la clase de yoga en enero, si revisamos las tendencias de palabras buscadas en la web. En México, la primer semana de enero, la palabra “yoga” se busca el doble de veces que en la última semana de diciembre. Lo mismo pasa con la palabra “gimnasio”, o la expresión “bajar de peso”. Sobra decir que las mismas palabras dejan de ser buscadas con vehemencia durante diciembre. Este fenómeno, que todos conocemos y hemos vivido, se repite con otros comportamientos, consumos y necesidades en otros momentos del año. Veamos que sucede con la temporada escolar. Los datos son de Google Trends para la región de México.

La palabra “estrés” es más buscada en junio que en el resto del año, y coincide con ser el mes de exámenes finales. Y si bien el momento en que menos se busca el estrés, es decir, la palabra “estrés”, es entre navidad y año nuevo, también se busca muy poco durante julio y agosto. Imagino que mientras está uno de vacaciones de verano en lo que menos piensan los estudiantes y los papás de los mismos es en el estrés. Aunque por supuesto, está disminución es temporal porque para septiembre, la palabra “estrés” se busca un cuarenta por ciento más que en el mes anterior.

La palabra “psicoterapia” también es más buscada en enero, tiene un incremento en exámenes finales de junio, y muy interesante, vuelve a incrementar su atención en el que es éste próximo mes de septiembre. Así que si sienten que el estrés y la necesidad de psicoterapia les sube por estas semanas, sepan que no están solos, no es personal, muchos lo vivimos y se debe simplemente a los cambios en el ambiente. Hay que buscar apoyo, se soluciona y es de esperarse que nuevamente nos estresemos un poco de más en enero próximo.

Y es que es muy importante evitar el negar nuestras emociones, sensaciones o estados de ánimo. Lo más sano es saber reconocer que muchos de nuestros cambios internos son respuestas naturales, sanas incluso, a los cambios externos. El estrés por ejemplo, no es malo en sí mismo. Es una respuesta natural de nuestra mente y cuerpo para estar más alertas y atentos a las vicisitudes del entorno.

Ustedes me dirán, con respecto a estas cifras, que en vacaciones es cuando nos alejamos de la computadora e internet y por eso disminuyen las búsquedas de algunas palabras. Pero en contra parte, el interés por la palabra “boda” vivirá su momento más bajo en septiembre, para luego, como supondrán, subir a sus días de mayor planeación que son noviembre y diciembre.

Uno pensaría que la palabra “viajes” también tiene su punto alto en diciembre, pero no es así. Las vacaciones de verano causan un incremento en la búsqueda de viajes para julio. El segundo momento más alto en el año le corresponde a la Semana Santa, como habrán supuesto.

Septiembre, octubre y noviembre, es cuando menos se busca la palabra “mudanzas”. Julio parece ser el mes elegido para esa actividad ya que es el mes en que más se escribe este término en el buscador.

Algunas palabras son un misterio. Tal vez alguien pueda ayudar a explicárnoslo. La palabra “separación” y “divorcio” tienen un comportamiento similar durante el año, casi idéntico, de no ser por septiembre y octubre en donde la búsqueda de la palabra “separación” se cuadruplica, mientras que la palabra “divorcio” se mantiene igual. No hay modo de saber en qué contexto se usan algunas palabras y tal vez esos meses la palabra “separación” deje de estar ligada al divorcio y la gente la busque en relación con los universitarios que se mudan para estudiar fuera de casa. No lo sé.

Febrero tiene la exclusividad del pico más alto en la búsqueda de la palabra “amor”. Sin embargo, la buena noticia es que de aquí a diciembre la tendencia de búsqueda de amor es la más alta que el resto del año. Curiosamente, la palabra “farmacia” tiene un comportamiento opuesto, es decir, se buscan menos farmacias entre septiembre y diciembre. Quiero pensar que esto se debe a que de aquí a fin de año la mejor medicina que puede uno buscar no está en la farmacia sino en el amor.

Observaciones: El uso de la palabra «platelmintos» es solo porque el buscador requiere mínimo dos términos para comparar proporciones. Al usar una palabra inusual la gráfica muestra sólo la tendencia.

En algunos casos seleccioné solo un año por conveniencia de la gráfica pero pueden experimentar por ustedes mismos si siguen la liga.

Las escalas varían mucho por el volumen de búsqueda, razón por la cual hay que agrupar palabras que permitan visualizar la tendencia.