Divagación y error

Los recursos de los que el pensamiento se aprovecha para mantener su dinámica son varios. Hay dos que llaman particularmente mi atención: la divagación y el error.

El error es viejo conocido de la ciencia. En muchas ocasiones el método experimental usa al error de manera intencionada y sistemática. La divagación es amiga de primeros años de la filosofía y ciencias especulativas (auto referenciales, les llaman ahora; cómo si no bastara la referencia especular de la palabra). Esto no quiere decir que el discurso científico no caiga en la divagación y la filosofía no cometa errores. Son recursos del pensamiento, no de disciplinas específicas de él.

Mientras que el error es un callejón sin salida que detiene nuestro andar; la divagación es un camino alterno, un recorrido adicional y paralelo al viaje.

Cuando el pensamiento se encuentra con el error no hay más que dar marcha atrás, retomar los propios pasos y regresar al punto donde tomamos una disyuntiva por última vez. El error no tiene duración, no conoce el tiempo. Existe en otro plano. Podemos quedarnos a vivir en él, pero no cambiará, será el mismo. Si acaso un error nos llevará a otro: la formación de cadenas y series ante la permanencia en el error, sea por terquedad o falta de reconocimiento del mismo.

La divagación tiene duración, conoce el tiempo, aún cuando mientras estemos en ella nos olvidemos de la hora y las distancias. La divagación se permite profundidades. No es necesario retomar los pasos para volver a donde estábamos. Podríamos dar vueltas y vueltas en una dirección para regresar por otra. Sin quererlo podríamos regresar a otra parte del camino: adelantar pasos o volver al origen. La divagación siempre será laberíntica. En ella no hay la menor intención de encontrar la verdad. Lo que le importa es el caminar mismo, no la meta.

El error aparece sí y sólo sí buscamos encontrar la verdad. Si no buscamos la verdad no reconoceremos los errores. Un error nos indica que hemos tomado el camino incorrecto. Hasta ese momento no lo sabíamos, aunque pudiéramos haberlo supuesto: el error es un aviso, un letrero, un semáforo.

La divagación sabe de antemano que ha desviado el camino, no necesita que se lo digan. A veces la divagación se encuentra del otro lado del letrero que dice “Camino cerrado”. No hay encadenamiento de una divagación a otra. La divagación puede ser tan profunda como la queramos, tan intrincada como lo deseemos.

La divagación si nos puede llevar al error. Un error, también, puede ser motivo para divagar. Pero un error nunca podrá llevarnos, necesariamente, a una divagación. Ésta última puede ser una opción adicional después del error, una decisión más o menos voluntaria del pensamiento, pero nunca una consecuencia intrínseca al error mismo.

Divagar no significa ser irracional. Se puede divagar racionalmente sin que la divagación pierda su esencia. Aunque claro, también se puede divagar irracionalmente.

El error, en cambio, solo puede darse dentro de un marco racional y lógico. Este marco racional puede no ser muy estricto, como tampoco lo serán sus errores y sus verdades, pero es requerido un mínimo de reglas y estructura para poder dar lugar al reconocimiento del error.

Todo lo anterior es un buen ejemplo de una divagación. Solo que ahora no recuerdo por qué empecé a pensar y escribir esto. Eso me hace reflexionar que tal vez debería agregar que la divagación puede (¿requiere?) terminar con un corte rápido y repentino que nos devuelva al pensamiento, al yo, al ego, a la conciencia, de lo contrario no es divagación sino locura permanente. ¿O no?
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