El aprendiz de mago

La ficción, especialmente la ciencia ficción, tiene esta extraña virtud, colateral a su propósito, de profetizar aniversarios incumplidos. Que mejor ejemplo que “1984”, la novela de George Orwell, que si bien nos ha heredado conceptos como el de big brother o crimen de pensamiento, tremendamente vigentes en nuestra época, la fecha planteada para este futuro distópico quedó muy lejos de hacerse realidad. Aunque claro, se podrá argumentar que más que el futuro, el género plantea un futuro posible de tantos.

Esto habría que decírselo a los fanáticos del universo “Terminator”, que el 19 de abril del 2011 llevaron a cabo diferentes actividades, principalmente en la red, para conmemorar el día en que Skynet, el gran sistema o red de cómputo, toma conciencia y se revela contra los seres humanos. Ese día por ejemplo, alguien abrió una cuenta en Twitter a nombre de Skynet, esperemos que no haya sido el mismo Skynet sino algún fan.

Para un grupo muy selecto, de culto diría yo, existe una fecha de estos futuros de la ficción que sí podrá ser recordada como verdaderamente mágica y misteriosa porque en ella se cumplió todo al pie de la letra.

Hablo de un cuento que escribió Max Beerbohm y en el narra como en el año de 1897, el mismo Max Beerbohm conoce a un poeta de poca monta pero sumamente pretencioso llamado Enoch Soames. Enoch no ha vendido libros pero se la pasa asegurando que su talento será reconocido por generaciones futuras. El diablo aparece y le propone un pacto: hacerlo viajar cien años al futuro para comprobar su fama póstuma a cambio de su alma en el infierno. Por supuesto que Enoch acepta y es transportado al Salón de Lectura del Museo Británico cien años después, más exactamente, al 3 de junio de 1997 a las 2:10 de la tarde. Soames aparece en la biblioteca, se sorprende que la gente que está ahí se le quede viendo, pero consulta los catálogos solo para descubrir que no existe registro de ningún escritor con su nombre. En un juego de espejos digno de Borges, solo encuentra como referencia que Enoch Soames es un personaje de un cuento escrito por su amigo Max Beerbohm. El malogrado poeta regresa, le cuenta a Max Beerbohm lo que pasó y se esfuma, esta vez suponemos que camino al infierno.

Quien sabe cuántas personas habrán leído ese cuento, y de esas, cuántas habrían estado dispuestas a asistir al Museo Británico en la fecha programada. Muy pocas. Lo cierto es que los que lo leyeron, quisieron y pudieron estar ahí, fueron una docena de fieles lectores. Una viajó desde Estados Unidos. Otro desde España. Ni siquiera se pusieron de acuerdo para ir todos juntos. Asistieron discretamente, sin decir nada, con intercambios de miradas y breves comentarios entre ellos. Se comportaron como cualquier otro visitante al grado que los empleados del lugar no notaron nada inusual en ellos.

No me pregunten a qué fueron estas personas. No creo que nadie estuviera esperando que se apareciera Enoch Soames. Supongo que este tipo de cosas funciona como los que van a visitar el departamento donde vivía Sherlock Holmes en Londres, aún cuando saben que Sherlock Holmes no existió.

La sorpresa y la magia están en que ese 3 de junio de 1997 a las 2:10 de la tarde el personaje de ficción Enoch Soames sí viajó desde el pasado, desde cien años antes, y apareció en el Salón de Lectura del Museo Británico ante los ojos atónitos de los que ahí se encontraban. Nadie se atrevió a molestarlo. Después de hacer algunas búsquedas en los catálogos de la biblioteca, el personaje Enoch Soames, se esfumó para siempre, tal como el cuento publicado en 1916 lo había pronosticado. Los fanáticos que ahí se encontraban fueron saliendo uno a uno, llevando consigo la satisfacción de haber vivido un momento íntimo y maravilloso, de esos que difícilmente se les puede contar a alguien más.

Cómo me hubiera gustado estar ahí, en ese momento misterioso. Ver la escena pero también los rostros de los lectores ante la revelación de la magia imposible, ante lo que suelo llamar, un espectáculo secreto. Ser testigo de ese instante en que lo bello, tal vez lo sagrado, camina frente a nosotros. Porque es ahí donde nuestro cerebro y mente recuperan su capacidad de sorpresa, ven el mundo como si fuera la primera vez.

A veces pienso que como escritor, como psicoterapeuta, es a lo menos a lo que se puede aspirar, a inspirar.

Uno de los que asistieron discretamente al Salón de Lectura, por ejemplo, estaba ahí porque su maestro de bachillerato le había leído el cuento de Max Beerbohm treinta y cuatro años antes y había quedado fascinado, como seguramente le pasó a los otros asistentes. Esa fecha y hora de 1997 quedó grabada en su memoria como un destino por cumplir. Su nombre es Teller y su profesión es mago. Uno de los mejores magos de nuestro tiempo, según dicen. Forma parte del dúo de magos Penn & Teller, el más bajito y silencioso de los dos, para ser exacto. Vive en Las Vegas, donde la gente puede disfrutar de sus presentaciones, y tiene, junto con su pareja escénica, un estilo que apuesta por una representación artística más inspiradora, íntima y de autor, a diferencia del espectáculo vistoso, escandaloso y lleno de efectos al estilo Hollywood, al que David Copperfield nos ha acostumbrado.

Teller es uno de esos magos a quienes les interesa más el qué que el cómo. Uno de sus conocidos actos llamado “Sombras” es una pieza ante la cual más de un mago ha confesado haber dejado caer una lágrima en el momento final. Y no por no poder discernir el truco, sino por el dramatismo de la escena. La magia elevada a arte hace irrelevante el truco. El mismo Teller dice que el método con el que hace su acto “Sombras” ha cambiado a lo largo de los años. Pero eso es algo que pasa desapercibido para quien lo ha visto desde entonces porque lo importante está en otro lado.

Ya lo decía el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke «Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.»
Pues Teller entonces, el gran mago de Las Vegas, fue uno de los inspirados por el cuento de Max Beerbohm y asistió sin decirle a nadie ese 3 de junio de 1997 a las 2:10 de la tarde al Salón de Lectura del Museo Británico en Londres. Presenció la aparición de Enoch Soames como los demás, e igual que los demás, no se atrevió a preguntar. Nadie quería preguntar. Preguntar que cómo era posible lo que habían visto, preguntar si todo había sido un truco, hubiera sido haber terminado con la magia. Aunque claro, si alguno de los asistentes hubiera sabido que ese hombre pequeño y callado era uno de los mejores magos del mundo, tal vez hubiera sospechado que tenía algo que ver con la aparición de un personaje literario del pasado.

Lo sorprendente no está en que nadie preguntó, sino que tampoco nadie se adjudicó la autoría de lo que habían presenciado. Es decir, alguien se tomó la molestia de preparar con la suficiente anticipación a algún actor que representara a Enoch Soames, le consiguió el vestuario adecuado, estudio el lugar para armar la aparición y desaparición, probablemente incluso tuvo que hacerse de cómplices en la biblioteca. Una lista de cosas que solo un mago profesional podría hacer. Y no solo eso, quien lo preparó no tenía idea alguna de cuantos fans del cuento iban a asistir ese día al Salón de Lectura, si es que asistía alguien o si iba a ser un mero performance íntimo y discreto. Solo alguien con mucho amor al arte pudo haber diseñado algo así.

Pues apenas este mes de octubre, quince años después, uno de los asistentes, se imaginarán quien, confesó discretamente ser el autor mientras lo entrevistaban sobre un tema de magia para la revista “Esquire”. Ni siquiera que haya dado una conferencia de prensa, simplemente el hecho salió como parte de la entrevista. Quince años. Y si de años se trata, el mismo Teller esperó treinta y cuatro años desde que su maestro de escuela le leyera el cuento de Enoch Soames y le inspirara a ejecutar este acto de magia. Tanto antes del acto como después, Teller supo hacer lo que los grandes magos, los grandes artistas: guardar silencio, sacrificar los aplausos por el bien de la audiencia y del arte. Dedicación y humildad: de eso está hecha la magia.

¡Qué curioso! La verdad es que cuando empecé con esta historia nunca pensé que iba a encontrar en un mago bajito y callado de Las Vegas a un maestro.

Referencias:
The Honor System por Chris Jones, el artículo de Esquire de octubre de 2012.

A Memory of the Nineteen-Nineties  por Teller en The Atlantic, de noviembre de 1997.

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