El Archipiélago de la Memoria (fragmento)

Como todas las veces que se encontraba con el mar, llegó a su memoria la ya lejana noche de un invierno especialmente oscuro. Y es que el sabor a agua salada siempre le recordaba la despedida que se dan los amantes debajo de un farol a media calle.

Cuando fue marino, ¿cuántas veces no contempló el mar desde la barandilla en la cubierta del barco? ¿Cuantas veces no miró impasible la costa y sintió nostalgia de la tierra?
Hoy, frente al mar, el sol de mediodía caía sobre su rostro y las olas bañaban sus pies clavados en la arena.

Pasó largas horas ahí, en la orilla de la playa. Sus pensamientos estaban absortos en la débil brisa que golpeaba su cara; en la repetida historia del agua que desea a la arena y la acaricia; en la ambigua línea del horizonte que divide dos espacios igualmente profundos; en las sirenas que desde tierra cantan “no te vayas”…
Por un instante olvidó que esta vez sus pies pisaban tierra. Sintió como si un barco debajo de él se meciera sobre las olas; como si estuviera ya navegando en mar abierto esperando a que la noche revelara un océano de estrellas escondido durante el día.

Después reaccionó y se dio cuenta que sus pies seguían clavados en la arena. “Es curioso —pensó— parece que acabo de sentir nostalgia en tierra por la nostalgia en el mar”.

Agobiado ya por el sol de medio día, desenterró sus pies y se alejó caminando a lo largo de la playa: “sólo hay una victoria más grande que liberarse de la tierra —concluyó— y es dejar de ser preso del mar”.

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