El bibliomante

Debería decir que creo en la bibliomancia, no porque crea que cualquier libro en cualquier hoja al azar puede responder a una pregunta formulada, sino por que aún sin plantearme si creo o no, soy un practicante de la misma. Me explico.

Leo poco. Muy poco. Casi nada. No creo haber completado la lectura de unos diez libros en toda mi vida. Bueno, tal vez pudiera agregar algunos leídos por accidente o por encargo. Ya saben, esas lecciones semanales en algún curso equis o esa obligación con el maestro de literatura del colegio. Pero a pesar de ser libros leídos no los cuento como tales. Creo que sin voluntad no hay lectura.

Son, entonces, no mas de diez. Fuera de eso soy un lector fragmentario. No, no de fragmentos sino fragmentario. Es decir, hago mi lectura en fragmentos. Cuando quiero leer -busco algo que me acompañe en una sala de espera, voy al baño, o simplemente por pasar el tiempo- tomo al azar algún libro de la biblioteca, lo abro igualmente en cualquier página, elijo algún párrafo y leo.

A veces es sólo una frase, a veces el párrafo entero. Muy rara vez la página. Ya lo he dicho, leo poco, muy poco. Pero leo muy, pero muy bien. A profundidad.

Leer fragmentariamente requiere de mucho trabajo mental, imaginación incluida. Por eso es que se puede decir que he leído muchos libros, pero no completos. Y aquellos diez libros completos que he mencionado casi los puedo decir de memoria. Los leí hace tiempo. No creo que ahora pudiera volver a leer un libro completo. Mis hábitos actuales me lo impiden. Mi lectura es vertical. Lo que he leído o llego a leer es atendido con suma atención y comprensión. Mientras leo, toda mi mente está concentrada en ello.

Leo pero parece que no leo. Es muy común que lea la frase y levante la vista: estoy repitiéndola en mi cabeza, despacio, aprehendiendo cada palabra y su combinación con las otras. Reflexiono sobre lo leído con toda calma y tranquilidad. No es raro que una frase me dure días. Mi marca personal es con aquella frase de apertura a El Amor en los Tiempos del Cólera de García Márquez: “Era inevitable, el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.” No leí nada más en seis meses. Esa frase, con toda su sonoridad, replicaba en los laberintos de mi cerebro. Por supuesto que desde entonces no he vuelto a tomar ese libro. Una frase más como esa y podría dejar de leer el resto de mi vida.

El único libro que he leído una y otra vez; el único que puede considerarse mi Biblia, es el diccionario. La lectura a profundidad le requiere.

La cuestión no pasaría a mayores de no ser porque escribo y hago investigación. Investigación académica y periodística. Uso referencias. Sí, citas y demás. Desde hace veinte años que tengo estos hábitos de lectura he escrito unos cincuenta o sesenta ensayos y artículos por diversos motivos y para diferentes lectores. Universitarios, la mayoría. Los temas de los mismos son muy diversos. Han sido encargados igual para publicaciones científicas que literarias. Tanto para lectores universitarios como de suplemento semanal en diario local.

Todas mis citas y referencias no provienen de más que esos diez libros leídos y algunos fragmentos sueltos. No hay ni una veintena de autores ahí. Y nadie ha reclamado nunca nada. Tal vez nadie se ha dado cuenta de la pobreza en la diversidad y cantidad de lecturas. ¿La razón? Muy sencillo: unas cuantas ideas rigen el mundo y están contenidas en no más de diez libros (al azar, casi pueden elegirlos al azar). El resto radica en conocer esos libros y sus ideas a fondo, y en la capacidad de asociar cosas o temas aparentemente disímiles entre sí. Eso es todo.

Por eso se puede decir que soy un bibliomante: con las combinaciones adecuadas y la mente dispuesta cualquier libro contesta a cualquier pregunta.

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