¿El Buda necesitaba psicoterapia?

Como algunos de ustedes saben, uno de los temas que más ha ocupado el tiempo que dedico a investigación en los últimos años es el diálogo entre la experiencia espiritual y la experiencia psicoterapéutica. Es decir, de qué modo la psicoterapia aporta a la espiritualidad y viceversa. Y digo diálogo en donde podría decir diferencia.

Porque hay días en que creo que si bien hay semejanzas entre ambas experiencias cada una tiene sus espacios propios, como bien ha explorado Mark Epstein, autor de  “Going on Being: Life at the Crossroads of Buddhism and Psychotherapy” (y que sería “Seguir siendo: la vida en la encrucijada del Budismo y la Psicoterapia”), y que por cierto, tiene otro libro con un título que define muy bien la experiencia espiritual budista: “Going to Pieces without Falling Apart: A Buddhist Perspective on Wholeness” (que sería algo así como “Haciéndose pedazos sin desmoronarse”).

Los días que estoy de acuerdo con Epstein, creo que la meditación y el budismo (aunque puede ser aplicado a cualquier otra práctica espiritual) se han convertido en la sociedad occidental contemporánea como una opción a la psicoterapia cuando en realidad deberían de verse como complemento. Es común conocer personas ensimismadas en la meditación esperando obtener resultados para trastornos muy específicos que corresponden más al ámbito psicoterapéutico. Y en realidad la experiencia espiritual es mucho más que curación o sanación. A veces, la experiencia espiritual trae consigo la sanación, pero no es condición sine qua non de la misma.

Y bueno, como les decía, hay días que pienso eso, porque en otros días me entra la duda si Jesucristo o el Buda además de su avanzado crecimiento espiritual hubieran necesitado de un poco de psicoterapia, ya saben, para atenderse algunos detalles que la salvación o la iluminación no hayan logrado resolver.

Y no se si la idealización de hombres y mujeres como ellos no nos permita ver que también tenían dolor de muelas, como cualquier ser humano de nuestra época. O que probablemente vivían con alguna pequeña fobia, manía, emoción atorada o duelo no resuelto, como es también normal en homo sapiens moderno.

Y si, ya se, a veces creo que blasfemo y que no hay más que las grandes experiencias espirituales por las que pasaron ellos (y otros más) para realizarse como personas.

Tal vez es al revés, y los psicoterapeutas somos como sacerdotes o monjes pero envueltos en una presentación más acorde con nuestra sociedad consumista, cada vez menos creyente, y con mucho más confianza o fe en la ciencia que en la religión.

Curiosamente el psicoanálisis, primer psicoterapia formal moderna, surge en la época del “dios a muerto”, cuando una persona con algún trastorno iba con un médico y ya no con un sacerdote.

En fin, que como podrán notar, hoy más que anécdota y conocimiento, hay una reflexión. Y es que déjenme les cuento que vengo regresando de estar en un retiro de meditación y silencio durante cuatro días y tres noches y la experiencia fue… bueno ya saben, son de esas cosas a las que uno etiqueta como indescriptibles. Hace ya cinco años de que empecé a meditar de modo más o menos regular. De hecho, este diciembre son cinco años de mi primer retiro de meditación. Los efectos de la meditación, el yoga y los retiros, son una de las principales razones por las cuales inicié mi investigación personal en los temas del cerebro y la mente. Fue tal el cambio desde la primera vez que empecé a meditar y no se diga después del primer retiro, que devoré cuanto libro pude encontrar sobre el tema. De ahí que me clavara, com decimos por acá, en todo lo que tiene que ver con neurociencia, hipnosis, psicoterapia… en fin. Sin ir más lejos, es en esos retiros donde germinó el psicoterapeuta que ahora soy, la persona que ahora soy.

Uno de los principios fundamentales de la neurociencia moderna es el de la plasticidad cerebral. Esto es, la capacidad del cerebro para cambiar, reestructurarse, establecer nuevas redes neuronales, y por lo tanto, generar nuevos procesos, aprendizajes, conexiones, modos de ver la vida, de vivirla. La frase más famosa para explicar este fenómeno es la atribuida a Donald Hebb, y que siempre me cuesta mucho trabajo traducir ya que en su juego de palabras se pierde su propiedad mnemotécnica: «When neurons fire together, they wire together», que literalmente sería algo así como «cuando las neuronas se encienden juntas, se conectan juntas», pero que habría que parafrasear más bien en «neuronas que una vez se juntan, neuronas que nadie separa» o, perdón por la licencia poética, «neuronas entre las que hubo fuego, neuronas entre las que cenizas quedan» o «neuronas que la sinapsis unió, no las separa el hombre». Perdón por el desvarío, pero la idea es que ahí donde un conjunto de neuronas se activan al mismo tiempo por alguna razón, se establece una red, una conexión, que permanece fija para siempre.

Este es el gran mal y la gran esperanza de todo ser humano. Es la razón por la cual alguien se acerca a psicoterapia y es la herramienta del psicoterapeuta para sanarle. Lo explico.

Un grupo de neuronas “A” se activa cuando escuchamos el ladrido de un perro, lo vemos, estamos cerca de él. Otro grupo de neuronas “B” se activa cuando tengo miedo. Si ambos grupos de neuronas, “A” y “B” se activan al mismo tiempo, se abre una conexión entre ellas. Un espacio en el cerebro que antes era campo traviesa, terreno virgen, ahora ha sido caminado, recorrido por corrientes eléctricas, energía e información de un lado a otro entre “A” y “B”. Al ser recorrido se marca una vereda sobre el terreno. Esa vereda siempre estará ahí. Siempre. Si la percepción del perro y el miedo vuelven a activarse al mismo tiempo (y esto es cada vez más probable porque ya hay camino andado) la vereda se va erosionando, haciendo más ancha, y se puede hacer un camino, una carretera, una autopista.

A eso va alguien con una fobia a los perros a psicoterapia. A intentar borrar un camino por el que su mente siempre viaja por más que el consultante ya no quiera.

Y nuestra labor como psicoterapeutas es la de abrir nuevos caminos. Imposible borrar el que ya está, según nos ha enseñado ya la neurociencia. Pero podemos abrir nuevas veredas, nuevos caminos, nuevas carreteras y nuevas autopistas.

La experiencia espiritual parece ser como si todas, o al menos muchas de esas neuronas se encendieran todas al mismo tiempo y de un solo golpe se abrieran todos los caminos. Por eso a veces dudo que Jesucristo o el Buda hubieran necesitado de psicoterapia.

Pero como les decía, estoy divagando mucho porque vengo llegando de un retiro y siento que todas mis neuronas se encendieron al mismo tiempo mientras estuve allá. Y todavía no se si se encendieron como los foquitos de una bella serie en árbol de Navidad o como el incendio de la Biblioteca de Alejandría. De hecho, todavía no sé que sería mejor, si la serie navideña, muy estética pero un poco inútil para ser sinceros, o el fuego consumiendo la Biblioteca de Alejandría, que finalmente implica volver a empezar, volver a la mente de principiante. Reiniciar. Renacer.

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