El cerebro de los taxistas de Londres

Mucho se está hablando, y mucho más se hablará en los días siguientes, sobre la ciudad de Londres. Hoy les voy a contar una historia sobre uno de los atractivos de esta hoy sede olímpica, que más ha llamado la atención de los científicos en los últimos seis años, entre otras cosas, porque está ligado a uno de los descubrimientos quizás más importantes en la historia de la humanidad. Les voy a platicar del cerebro de los taxistas londinenses. Y que por cierto, pese a su importancia, no vimos presentes en la inauguración. Al menos no de modo explícito.

Pero para platicarte del cerebro de los taxistas londinenses, tengo primero que ponerlos al tanto de uno de los inventos más poderosos y que más están cambiando y cambiarán nuestra vida como la hemos conocido hasta ahora. Y no, no es una tableta o teléfono inteligente.


Recordemos que los grandes descubrimientos tienen detrás grandes inventos. Pensemos, por ejemplo, en el microscopio que permitió el descubrimiento de los microorganismos y el gran avance en salud que esto trajo a nuestras vidas.

El invento del que les hablaré hoy es la tomografía o imagen de resonancia magnética. Y antes de que pongan cara de “what”, les explico de modo muy sencillo qué hace. Detecta a nivel microscópico la actividad eléctrica que hay dentro del cerebro, así como consistencia y densidad. Es una combinación entre rayos equis, sonar, y electroencefalograma.

El electroencefalograma, ese aparato lleno de cables que se conectan en la cabeza, sigue siendo maravilloso para detectar actividad eléctrica en el cerebro, pero desafortunadamente, solo detecta actividad en la superficie del cerebro, y sólo donde el cable está conectado.

Los rayos equis, por otra parte, permiten ver cierta consistencia, dura o suave, del cerebro, pero además de los efectos secundarios por radioactividad en exposiciones  frecuentes y largas, los rayos equis no detectan actividad eléctrica o diferencias finas en el tejido neuronal.

Es entonces donde la resonancia magnética entra. La detección de tumores cerebrales en formación temprana es posible hoy gracias a este aparato, por citar solo un uso. Y su aporte a la investigación lo define muy bien el neurocientífico Alan Leshner cuando dice que: «hemos aprendido más sobre el cerebro en los últimos veinte años que en toda la historia.»
En otras palabras, digamos que los científicos actuales parecen japoneses haciendo un tour por Venus sacándole fotos a todo el mundo con su nueva camarita de resonancia magnética. Eso sin contar que el último grito de la moda es la resonancia magnética funcional, que es como tomarle video al cerebro por dentro mientras trabaja.

Pues bien, entre los muchos individuos que han sido  —por decirlo de algún modo—fotografiados con este extraordinario invento están los taxistas de Londres. O mejor dicho, el cerebro de los taxistas londinenses.

Todos hemos tomado un taxi por lo menos alguna vez en nuestra vida. Muchos taxistas nos deben estar escuchando, de hecho. Por lo que esta escena les va a ser familiar a todos. Supongamos que estamos en Bosques de las Lomas, cerca de la Universidad Anáhuac, al norponiente de la ciudad, y le pedimos al taxista que nos lleve a la calle de Glorieta de Bucareli esquina con Indios Verdes en Ciudad Neza, al otro extremo, geográfica y económicamente hablando, de la ciudad.

Hay tres posibilidades de respuesta. Primera: “híjole, joven, no tengo ni idea, ¿sabe llegar, verdad?”; segunda, el taxista guarda silencio y ya cuando estamos arriba dice: “usted me va diciendo por donde”; tercera posibilidad, en el remoto caso que el taxista sepa donde están esas calles en Ciudad Neza: “oiga, ¿sabe cómo salimos de aquí?”. (Nuevamente, saludos a los taxistas y pasaje que les acompaña).

Pues con los taxistas en Londres no pasa eso. Para ser taxista en Londres hay un examen. Un examen que es adicional al de la licencia de conducir. Las preguntas piden que los examinados describan la ruta a seguir desde un destino a otro en la ciudad. Y no solo tienen que dar una respuesta, sino la mejor respuesta, es decir, la que contemple la menor distancia junto con el menor tiempo, porque las preguntas incluyen horas de tránsito. Este examen tiene más de medio siglo de ser aplicado por la alcaldía de Londres. Incluso hoy, no vale la excusa de traer un GPS. Los taxistas tienen que pasar el examen sin ayuda.

Perdón el paréntesis, pero no puedo dejar de pensar en que es más difícil el examen para taxista en Londres que para maestro sindicalizado en México. Pero dejemos la política a un lado.

El nivel de experiencia alcanzado por los taxistas en esta hoy sede olímpica es tan alto que los científicos no se aguantaron las ganas y los metieron al laboratorio a tomarles unas resonancias magnéticas. Había que averiguar si el cerebro de un taxista londinense es diferente al resto de los seres humanos.

Y la respuesta es sorprendente. El hipocampo —que es la parte del cerebro dedicada la memoria espacial y visual, la encargada pues de almacenar todos los mapas de nuestro entorno, desde dónde está ubicada nuestra cama en relación al baño, hasta cómo llegamos a Cuernavaca— esta parte del cerebro es más grande en tamaño y más densa en actividad en estos conductores que en personas normales.

Este tipo de descubrimientos sobre el cerebro son los que están revolucionando al mundo, gracias sobre todo a la resonancia magnética. Sin ir más lejos, la neurociencia actual ha logrado desmentir uno de los mitos más grandes de nuestra historia, la creencia de que el cerebro con el que nacemos es el mismo que cuando morimos. Hoy sabemos que esto no es verdad. El cerebro no solo cambia, sino que como los músculos, puede ejercitarse, puede modificarse y transformarse a sí mismo.

Los expertos le llaman neuroplasticidad, y es esta capacidad para activar nuevas relaciones y nuevas funciones entre neuronas, hacer nuevas conexiones, pues. Personas con parálisis cerebral han encontrado nuevas técnicas y terapias que les permiten remodelar sus cerebros después de padecer un derrame cerebral, por mencionar sólo un ejemplo. Y hasta los psicoterapeutas nos estamos beneficiando de estos descubrimientos, mejorando y optimizando nuestras técnicas para tratar adicciones, estrés, dolor crónico, entre otros padecimientos.

Ya les platicaré en otra ocasión del cerebro de los monjes budistas tibetanos, o el de los músicos, o el cerebro de un sinestésico que percibe colores cuando ve números. Por hoy, la atención está en Londres y el cerebro de sus taxistas.

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