Inventario perdido

Hay una digresión dando vueltas sobre sí misma dentro de la caja de zapatos habilitada para las ideas sueltas.

Hay una teoría casi terminada sobre una tarjeta blanca del fichero que perdí una tarde con la mudanza.

Un pensamiento —o su inicio, no recuerdo— está esbozado en una servilleta del viejo restaurante donde comía con mi amigo ahora muerto.

Hay un modelo —algo feo, lo acepto— trazado en esa hoja de papel cebolla que me hizo llorar antes que se la llevara el barrendero.

En no sé que página de la moleskine de hace dos años hay un aforismo sobre lo terrible que es ver de noche a los elefantes del circo.

En el blog —creo que es ahí— hay un soneto que dejé como borrador por falta de métrica.

En el recoveco de mis pudores hay un sueño erótico que nunca será publicado porque no me atreví a registrarlo.

Muy cerca, abajo a la derecha, está un panfleto que tampoco escribí porque mi cabeza no se atrevió a pensarlo.

Un día lleno de intensidades, tuve mil conceptos atados a cada uno de mis respiros, pero un asma repentina los detuvo todos de golpe. Todavía los siento en mis pulmones.

En alguna playa está trazada la ruta de mis reflexiones sobre los marinos sedentarios. Tal vez una ballena suicida ya borró las huellas de mis pasos.

Y por si fuera poco, hay una lista —en algún lado, en alguna parte en donde he estado— con un largo inventario de pérdidas previas a éstas: ¡es tan poco lo escrito y tanto lo pensado!

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