Noche cero (fragmento de una novela que no fue) II

Recuerdo el día que empezó nuestro ocaso. Pasé por tí a tu casa, en ese invierno largo. El día más frío del año, nos enteramos un día después por la radio. Te veías triste o con frío. No lo supe descifrar en ese momento. El destino es difícil de ver tan claramente cuando está uno tan tapado.

Fue ya en el motel que me lo dijiste. Los dos sabíamos que llegaría el momento de tener que tomar decisiones. Que la muerte es el fin último de todos los amantes. No, no la separación, sino la muerte, la muerte misma. Sabíamos que lo que vivíamos era de una especie diferente. Que no podíamos ser algo clasificable o etiquetable. Que el día que quisiéramos formalizarlo se terminaría para siempre. Que, por lo tanto, terminaría, como todo lo bueno en la vida.

Aunque ninguno de los dos quisiera.

Nuestro vicio había trastocado nuestras vidas y hoy el médico daría el remedio inevitable: había que dejarlo.
Me lo dijiste viendo a otro lado. No te culpo. Yo tampoco hubiera podido pronunciar las palabras de condena en voz alta. Tu frase fue, lo recuerdo tan bien, “ya hay fecha para la boda”, lo que quería decir, sin duda alguna, “ya hay fecha para dejarnos”.
Pasó el silencio entre el poco espacio libre entre tu cuerpo y el mío. Era como el aire caliente y seco del desierto. Y traía arena, mucha arena.
¿Cuándo?, te pregunté obligado. ¿Quién puede resistirse a saber la fecha de su muerte una vez que le anuncian el desahucio? Vivimos de fechas y números que convierten nuestros días en calendarios.
La muerte tenía día, entonces. Sería en poco más de un año. Brevísima la distancia tan larga. Tanto tiempo, tan poco tiempo.
Hicimos el amor con delicadeza extrema. Me pedías que no terminara y me pedías que no me saliera de ti. Nunca habíamos estado tanto tiempo los dos juntos, con mi pene todo el tiempo erecto en tu sexo. Apenas sentía que se acercaba mi clímax y me detenía. Apenas sentías que perdía firmeza te balanceabas. Yo te provocaba hasta agitar un poco tu respiración y luego descansaba.
Fue excitante, pero sobre todo, fue hermoso.
Después de un par de horas me provocaste con una de tus historias. Me contaste que le habías hecho jurar a él, al otro, a tu futuro marido, que no tendrían sexo hasta el día de la boda.
Quiero que me hagas el amor cuantas veces podamos hasta ese día, me dijiste. Y a mi se me ocurrió decirte que yo quería a cambio llevarme tus historias. Te contaré una cada día, me contaste. Serás mi Scheherezada, entonces, atiné a replicar. Y después de eso, nos besamos y quedamos abrazados hasta quedarnos dormidos.
Fue cuando nos despertamos que fornicamos otra vez como cualquier día, como si nada hubiera pasado, como si no tuviéramos una fecha para ser ejecutados.
Otro fragmento de Noche cero.
[Borrador para una novela que no fue. Escrito por ahí del 2007.]

Subscribe to get future posts via email (or grab the RSS feed)