Poder y palabra

Hay en las palabras algo de veneno y remedio; y en el que sabe pronunciarlas, hay algo de brujo o médico.

Por “palabras” entendamos “frase”, porque es ésta última la unidad fundamental del lenguaje.

¿Qué tiene la frase que embruja? ¿Qué tiene la frase que cura?
La frase es un objeto de poder con vida propia: tótem, altar o libro de la ley existe lejos y fuera de quien lo hace. Una vez pronunciada o escrita, la frase existe. Su poder radica en que su existencia amenaza con superar la muerte.

El tótem, altar o libro de la ley le dicen a quien los ve y contempla: “existo antes de que tú nacieras; estaré aquí mucho después de que mueras; mi creador era mortal pero su quehacer no; te presumo mi inmortalidad y la inmortalidad de mi mensaje”.

Mientras el erotismo se manifiesta como un presente perpetuo, como un instante intenso, negador del tiempo porque el tiempo es muerte, el poder afirma la vida a futuro, como una amenaza. En la relación erótica un amante le dice al otro: “moriremos los dos mañana, pero hoy vivimos por siempre”. En la relación de poder el amo le dice al esclavo: “morirás mañana pero yo seguiré viviendo”. Y puede ser el “yo” el que siga viviendo, pero también puede ser el objeto de poder: el libro de la ley seguirá viviendo después de nuestra muerte, igual que el tótem o el altar.

La violencia destruye o mata. El poder, en cambio, es el ángel exterminador, el fantasma de la aniquilación: mantiene a su víctima viva con la promesa perenne de tragársela. Poder terrorista: mata lo suficiente para hacer patente la vida pero no demasiado para desaparecerla.

(Por eso las plagas sobre Egipto no acaban con los egipcios. Moisés tiene instrucciones de ejercer el poder no de matar egipcios. El sentir “temor de dios” es reconocer su poder.)
La violencia es castrante. El poder en cambio puede producir y provocar. El poder quiere poder más. La violencia quiere dar por terminada hasta su propia existencia.

(El concepto actual de terrorismo podemos entenderlo como violencia porque es un terrorismo que no busca tener poder sobre el otro. Es una violencia impotente que al no tener la capacidad de exterminar, fragmenta. Quema árboles por falta de fuego para incendiar el bosque.)
Dice Salvador Elizondo: la violencia fue o será, nunca está sucediendo. Si comparamos esta propiedad con las propiedades del poder, podemos agregar: el poder siempre está sucediendo, o mejor, siempre se está ejerciendo.

El poder de los dioses (griegos, judíos o cristianos) radica en castigar “en vida”, con sufrimiento. El poder nunca le quitará la vida intencionalmente a nadie, a menos por supuesto que se le quite la vida a un tercero para manifestar el poder con un primero.

El poder es tan fálico que incluso insemina.

Las últimas palabras del moribundo: don al mundo, ansia de inmortalidad, deseo de extender el poder mediante un objeto. “Ahí les dejo estas palabras para que no las olviden y con ellas no me olviden a mí”.

Las palabras del acta legal: “No importa quien ocupe el puesto, esto queda por escrito”.

La sentencia o sermón de los padres dice: “Nuestras palabras quedarán incrustadas en las tuyas para que, estemos vivos o muertos, recuerdes lo que tanto te hemos advertido”.

Las palabras, es decir, la frase, es un objeto de poder. Por supuesto que no todo tronco es un tótem, ni toda piedra es un altar, ni todo libro escrito es ley. Pero pensemos en las palabras que sobreviven por tradición oral (herencia de poder) o por escrito (testamento).

La Biblia, la Tora o el Corán; el código de Hammurabi, las leyes o constituciones; las enseñanzas, lecciones o bibliotecas; las cartas magnas, epístolas y apocalipsis; los regaños, sentencias y condenas; los presagios, profecías y amenazas; epígrafes, últimas palabras y testamentos…
Hay palabras cuya intención explícita y consciente está lejos de amenazarnos o aterrarnos con no morir: los cuentos, los refranes, las novelas, los manuales, los ensayos, los dramas, todo aquello que llamamos literatura, el teatro, las baladas y canciones, la poesía, los discursos, las clases, los museos, todo aquello que llamamos cultura…
Por eso se dice erróneamente de las personas que poseen el “don de las palabras” que tienen “autoridad”. Ejercen, aún sin quererlo o pensarlo, poder a través de la frase. A diferencia de la ley que me amenaza con existir y ejercer su poder después de mi muerte, las palabras del cuento me dan la esperanza de ser repetidas a mis hijos y a los hijos de mis hijos para ser inseminados con su sabiduría.

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