Bits con olor a viejo

Quienes escribimos, coleccionamos, o de algún modo llevamos registro de nuestras actividades, podemos dividir nuestra vida en etapas de acuerdo a la interfaz o dispositivo que usamos para mantener nuestros registros.

Los aficionados a tomar fotos al menor pretexto, por ejemplo, pueden separar las distintas etapas de su vida cada que cambian el rollo de película de su cámara, permutan de álbum fotográfico porque el que estaban usando ya se llenó, o compran una nueva cámara con un formato de fotos diferente.

Las etapas de un coleccionista son reconocibles por el uso de cajas diferentes, nuevas repisas o vitrinas, la compra de un baúl más grande…
¿Y los que escribimos? Un cambio de cuaderno, diario o libro de anotaciones es determinante para empezar a ver el mundo distinto. Hay quienes incluso preferimos cambiar de formato, color o tamaño para acentuar la mudanza. O bien, como he hecho gran parte de mi vida, nos refugiamos en las hojas sueltas. Si son dados a reciclar, este último recurso es económico y ecológico en la era de las impresoras láser y de inyección de tinta, los errores al imprimir, y el desperdicio de documentación en la oficina y los cursos de capacitación.

También depende de lo que vayamos a escribir en una etapa determinada. Un diario de viaje sería imposible en hojas sueltas. Para acompañar el texto de dibujos o bocetos, la textura del papel cobra vital importancia.

Estoy escribiendo esto en la primera “página” de mi segundo diario personal y de escritura en lo que va del año. Y le he puesto unas comillas a eso de “página” debido a que los diarios a los que me refiero no los escribo ya en papel. De hecho, no tienen propiamente páginas. Son archivos de texto digitales salidos de un procesador de textos. Ustedes están leyendo la versión ya publicada.

(Para los curiosos escribo en formato de texto simple. Llevo años de hacerlo así. He probado varias cosas: un archivo para cada anotación, o uno por día, o por tema, etc. La clasificación se la dejaba a las carpetas. La corrección, edición, y publicación las hago en herramientas más adecuadas para ello. Actualmente uso un programa que me permite tener todas las notas sueltas en un solo archivo. Un “outliner“, pues.)
Abrí un nuevo archivo de texto para el diario debido a que el anterior ya estaba un poco grande y era un poco lento para abrir.

Bueno, no muy lento, pero de esa manera aprovecho para hacer un respaldo general, imprimir el archivo completo para leerlo con calma, empezar de nuevo…
Bueno, lo acepto, la verdad es que cambiar de archivo es como cambiar de cuaderno. Siento como si hubiera “llenado las hojas” del anterior y ahora estoy listo para enfrentar el abismo de “decenas de hojas” en blanco…
¡Para soportar una carga de nostalgia has ido tan lejos! ¡Con la bodega llena de añoranzas vuelves de tus expediciones!
Si, es cierto. Tal vez sea mera nostalgia. Pero es que cuando reviso los cuadernos viejos hasta la caligrafía cambia entre ellos, sin mencionar el color de la tinta, el tipo de pluma (bolígrafo, estilógrafo, fuente), o el olor a viejo del papel.

¿Será visible algún día la pátina entre estas páginas, entre estos que no son sino simples unos y ceros?

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