El traje nuevo del emperador: ¿cuento o falacia?

El cuento “El traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen ha sido explotado como alegoría política hasta el cansancio. Representa a la autoridad necia y estúpida; al pueblo, gente o sociedad que se deja llevar por lo que dicen los demás; a los políticos, burócratas o líderes que prefieren sostener una mentira antes de ser considerados tontos; a una combinación cruzada entre los sujetos y predicados de los enunciados anteriores.

Su uso como metáfora es sumamente eficaz para exponer una idea (todos conocen la historia), desacreditar a los interlocutores (son idiotas porque ven un traje donde no lo hay), y revelar la gran mentira: el traje nuevo del emperador no existe.

Pero, ¿no será que nos precipitamos en la retórica del discurso sin poner mayor atención al traje nuevo del emperador? ¿Y si Andersen nos ha engañado a todos y el traje realmente existe?
Lamento que un cuento tan bello sea usado de manera tan impune. En la historia original, a todos les da pena admitir que son estúpidos, por eso mienten. La mentira se vuelve colectiva por el efecto “de boca en boca” —como virus en la jerga de la memética— hasta que nadie quiere admitir que no ve la tela mágica. Ganan los sastres estafadores, que por otra parte no querían demostrar nada, sólo buscaban ganar dinero.

Me parece percibir una trampa en la lectura del texto y a la cual le corresponde una trampa equivalente cuando se usa el cuento en el discurso mediático.

“El traje nuevo del emperador” está escrito desde una mirada omnipresente y omnisapiente. El escritor lo ve todo y lo sabe todo. El lector se vuelve cómplice de ello. El lector, en cuanto se da cuenta del engaño, piensa, junto con el narrador, “¡qué estúpidos son todos!”. “¡No se dan cuenta que no existe tal tela!”. Esto es fácil para el lector porque conoce toda la historia.

Si en lugar de una narración tradicional leyéramos la misma historia desde el punto de vista de alguno de los personajes, conociéramos su vida y razones, y nos identificáramos con él antes de llegar al episodio en donde tiene que dar su opinión sobre el traje nuevo de su majestad, tal vez no pensáramos lo mismo. Es más, al final de la historia tal vez nosotros mismos nos sentiríamos idiotas. Reconocimiento imposible bajo la pluma del escritor danés.

En la retórica del discurso, el expositor usa la metáfora del cuento. Dice, sin dar mayor explicación, que hay algo que la mayoría ha tomado como una verdad y en realidad es mentira. Que si ha sucedido de ese modo es porque los estúpidos no quieren aceptar la verdad. Sólo los inteligentes se atreven a decir que el emperador no trae puesto nada encima.

A estas alturas el expositor ya se ha valido de dos falacias. Por un lado, distrae nuestra atención con aquello de “tonto el que no entienda”, para no dar razones, argumentos o pruebas de la mencionada inexistencia del traje nuevo. No debemos cuestionar esto porque no queremos parecer tontos, ¿verdad? Y por otra parte, el expositor se ha calificado a sí mismo como inteligente porque él si es capaz de ver desnudo al emperador.

De modo que ya son varias las verdades que tenemos que dar por ciertas: el que usa la “metáfora Andersen” es inteligente; el nuevo traje no existe; todos los que digan que sí lo ven, son tontos.

En el cuento, lo que he llamado trampa, es un recurso literario. La retórica del discurso es eso, literaria.

Al usar el cuento como metáfora o alegoría de un hecho político-social, lo que era recurso literario se vuelve una trampa sofística. Es una vil falacia. La retórica de este discurso es política.

Como lector del cuento debería preguntar: ¿y cómo sabe el tal Andersen eso del traje? ¿Estará el autor diciendo la verdad? ¿No será que el estafador es él? ¿No será que me quiere hacer tonto diciéndome que si no estoy de acuerdo con él soy estúpido? ¿Dónde puedo conseguir más datos? ¿Puedo consultar los periódicos de la época en la hemeroteca? ¿Los estafadores mencionados tienen antecedentes? ¿Se envió una muestra de tela al laboratorio?
¡Claro que no acostumbro hacer esas preguntas! Porque es un cuento. Me amargaría la vida si hiciera eso con todos los cuentos que leo.

Pero como lector de un discurso político, noticioso, periodístico o mediático en general si tengo que hacerme esas preguntas. Esos no son cuentos.

La próxima vez que alguien les diga que “tal cosa”, “tal decir”, “fulano de tal”, es como el traje nuevo del emperador, piénsenlo dos veces: tal vez si hay traje y los tontos son los que le creen al que cuenta el cuento.

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