Sencillez y engagement

Eso que llamamos observar, probar, usar, interactuar, es en realidad un aprender. Y para aprender es necesario empezar con sencillez.

Aún el más grande engagement o compromiso de nuestra atención inicia con algo sencillo.

Lo complejo es abrumador por definición. El cerebro rechaza lo abrumador.

Veo, por ejemplo, la gran complejidad de tramas y personajes en que se ha convertido Star Wars, la saga completa, y es claro que entrarle de lleno a su complejidad es casi imposible. O al menos requiere un gran esfuerzo.

Pero si vemos la primera película, ahora llamada Episodio IV, es posible reconocer una trama muy básica y una narrativa muy sencilla.

Pero lo veo más en la bebé. Su curiosidad la puede llevar a cosas muy complicadas y complejas, pero para que llame su atención inicial y empiece a interactuar, requiere algo sencillo.

Ya reconoce programas de video, series y episodios. Tal o cual canción que pertenece a un intérprete u otro. Sabe que de algunos a veces oímos solo su música, otras el video.

Cada programa o intérprete requiere de ser reconocido en sus elementos, características, colores, tonadas, idioma…

Sin embargo, para cada uno de ellos, tuvo que empezar con algo simple: una tonada, un gag, un personaje.

No creo que nuestro cerebro cambie mucho después de eso: requerimos la sencillez para comprometer nuestra atención en cosas más complejas.

¿Qué pasa cuando la complejidad no es una opción? “Esto está muy dificil”, me dice la adolescente.

A ella y a todos, aplica la fórmula “para resolver un problema hay que dividirlo en partes”.

Aquello que se presenta complejo y requiere atención o solución, es necesario simplificarlo, encontrarle el lado sencillo, ahí donde la atención pueda anclarse, engancharse, crear engagement.

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